Por capítulos: «Le délinquant» (Parte V)

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La Géneve – Ginebra

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¿Qué os estaba contando? ¡Ah, sí! Ya me acuerdo, es que tengo la cabeza en las nubes. ¿Veis? Os iba a contar la historia de aquel día que cambió mi vida.

Llevaba yo todo el día holgazaneando en casa. Hacía apenas una semana que había perdido mi trabajo y ya había visto pasar a mi hombre por la mañanita temprano. Le dediqué como una media hora a buscar trabajo por internet y envié algún currículum. Y el resto del día lo pasé sin hacer nada de forma casi literal. Lo único que tenía en mente era que llegase la tarde para verle pasar de nuevo.

Desde que perdí el trabajo se había apoderado de mí una especie de apatía hacia todo. Lo único que me ilusionaba era ver a aquel misterioso chico que se había ganado un hueco muy dentro de mi corazón. Con lo fácil que hubiese sido bajar y entablar conversación con él. Al menos hubiese sido un buen comienzo para que supiera de mi existencia al menos. Pero no me atrevía. ¿No os lo creéis? Pues era así, tal y como os lo cuento. Yo, que siempre había sido una chica lanzada, no me atrevía a hablar con aquel hombre. ¿Sería por su aspecto de malote? No creo, pues no he conocido yo tíos así.

Así que allí me encontraba, sola en mi casa, rumiando las penas de haberme quedado sin el trabajo que sustentaba mi alquiler y de haberme enamorado de alguien que no sabía ni que existía.

Cuando llegó la noche, le vi pasar de nuevo en dirección a la taberna. Por un instante creí ver que me miraba. ¡Ya estaba viendo hasta fantasmas! Me quedé sentada en mi ventana hasta que volviese a pasar de nuevo, con total seguridad varias horas después. Era una calurosa noche de verano y sentía el sudor recorriendo mi piel. Serían alrededor de las tres de la mañana cuando escuché mucho revuelo en el callejón. Por el tono elevado de las voces supuse que se trataba de una pelea. Y yo, ni corta ni perezosa, bajé a ver qué sucedía. Ya sabéis, como no le tengo miedo a nada menos a hablar con el chico que ni siquiera sabía nada de mí, y sobre todo, por curiosidad, bajé con rapidez la escalera y salí a la calle.

¿Adivináis lo que me encontré? ¿No? Pues, en efecto, se trataba de una pelea. Si es que yo tengo un sexto sentido. Lo que nunca imaginé es que mi chico misterioso fuera uno de los involucrados en ella. Allí fuera estaba él, navaja en mano, discutiendo con uno de los borrachos de la taberna. Me quedé mirándole con fijeza. Cuando me vio, su reacción me pilló tan de sorpresa, que apenas me enteré de lo que había sucedido.

Y allí me encontraba yo, rodeada por los fuertes brazos de mi adonis, como en uno de mis mejores sueños, a no ser por el pequeño detalle de que este me apuntaba con la navaja en el cuello. Como lo oís, me había tomado como una especie de rehén para que el borracho le dejara en paz. Y yo ahora sí que estaba al borde del ataque de nervios, no tanto por la navaja que estaba empujando con su punta contra mi cuello sino por estar en brazos de su portador. De los puros nervios que tenía se me soltó la lengua y le dije: «Ay, con la de tiempo que llevo soñando con estar entre tus brazos…» Así, tal cual lo oís.

Claro, el chico se quedó perplejo y por unos instantes no supo qué hacer. Al borracho le dio la risa y se volvió con andares torpes hacia el interior de la taberna. Mi chico, porque a esas alturas yo ya le consideraba mi chico, se quedó paralizado y no aflojaba la presión en el cuello a punta de navaja. Le tuve que dar un codazo para que reaccionara. Imagino que nunca se había encontrado con un rehén como yo. Si ya sabía yo que era especial. Yo, quiero decir.

Aún no sé cómo, pero logré convencerle para que subiera a mi casa a tomar algo para recuperarse de la impresión. No sé si de la impresión de la pelea o de mis mágicas palabras escupidas en el momento menos oportuno. Pero la cuestión es que subió. Y sin pretenderlo, bueno a lo mejor con un poquito de intención de mi parte, todo hay que decirlo, comenzamos una agradable charla en la semioscuridad de mi pequeña casa.

Yo, que ya había soltado una parte de mis sentimientos sin querer, me abrí a él. Ya os he contado que cuando empiezo a hablar no puedo parar. Pues eso me pasó aquella noche. Le hablé de los años que había permanecido viéndole pasar por debajo de mi ventana, de las mil y una historias que había imaginado para él, del misterio que me producía su ir y venir, de cómo un día me di cuenta de lo que me estaba pasando… En fin, que lo solté todo. Hasta mi despido de hacía unos días y de mi preocupación por dejar mi dulce morada.

Él me miraba con los ojos muy abiertos, con una expresión casi divertida en su rostro de chico malo sin afeitar. No pudo ni hablar, porque yo le solté todo de un tirón delante de la taza de café que le había preparado y que hacía al menos un par de horas que había quedado vacía. Cuando acabé, casi sin aliento, mi peculiar monólogo, una gran sonrisa se dibujó en su cara. Seguida después de una sonora carcajada. Tuve miedo de que me tomase como una tarada, vosotros sabéis que no lo soy, pero él por aquel entonces no lo sabía. Solo soy una chica normal con un gran sentido de la curiosidad.

Pero no. No me trató como si estuviese loca, no. Al contrario. Me confesó que él también se había fijado en mí y que algunas veces miraba con disimulo hacia mi ventana esperando verme. Por lo visto me había imaginado como una chica bohemia con un estudio de pintura en el apartamento. ¿Os lo podéis creer? ¿Bohemia, yo? Por poco me da la risa. Pero no soltó nada más, el muy ladino. Y me quedé con la intriga de saber a qué se dedicaba.

Después de aquella noche vinieron muchas más. Al fin me confesó su modo de vida, sustrayendo con experto disimulo la cartera a los despistados turistas que contemplaban anonadados el gran lago Leman y el Jet d’Eau. Me enseñó todos sus trucos para convertirme en una buena ratera y así poder pagar el alquiler. Hasta que un día, bueno una de nuestras noches de charlas, sucedió lo que yo tanto ansiaba. Entre los dos decidimos que ya que compartíamos beneficios también podíamos compartir piso y, ya de paso, cama.

Ahora le tengo aquí, a mi lado, mientras os cuento nuestra historia, tendido desnudo sobre nuestra cama, fumando un cigarrillo con aire insolente mientras me hace señas para que me acerque. Hoy es lunes y hay menos turistas, por lo que nos hemos tomado el día libre. Y no me puedo quejar de nuestra vida de delincuentes, la verdad. El otro día me quedé más que a gusto al ver la cara que ponía mi antigua jefa al verme aparecer por la tienda a comprarme un modelito de varios cientos de francos suizos. Eso no tiene precio. Y ahora os dejo, que tengo que ir a satisfacer los deseos de mi adonis particular.

FIN

 

Ana Centellas. Diciembre 2016. Derechos registrados.

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Publicado por Ana Centellas

Porque nunca es tarde para perseguir tus sueños y jamás hay que renunciar a ellos. Financiera de profesión, escritora de vocación. Aprendiendo a escribir, aprendiendo a vivir.

24 comentarios sobre “Por capítulos: «Le délinquant» (Parte V)

  1. Me da mucha pena que termine así porque entiendo que este relato podría convertirse en una excelente novela con solo añadir algún que otro recurso literario (descripciones de personas, lugar donde ocurre, indumentaria, gustos culinarios, climatología…). ¡Ojala mi indirecta no caiga en saco roto!

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      1. No más que a cualquier otra. ¿Te imaginas una novela de corte romántico donde ella accede a delinquir por amor?, aunque eso sí, sin que el amor resulte empalgoso. Estoy convencido que, tal y como te expresas, conseguirías un bets seller.

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      2. Aunque he observado que el tema de las comas no lo aplicas como debieras, y ya me gustaría a mí llegar a tu nivel, he de hacerte saber que, para mi gusto y por lo que leo vía Internet, te encuentras entre las cinco personas que mejor se expresan sin ser profesionales de la escritura. Y al igual que tú se hallan otras dos personas que he comenzado a leer hace poco en esta plataforma y os tengo como referente para instruirme en pos de alcanzar el objetivo fijado en 2010: aprender a escribir con arreglo a lo que está establecido por la RAE, con el fin de que mis escritos y novelas sirvan para algo más que el mero entretenimiento de quiénes se presten a leer a este albanil venido a menos por causas ajenas a él.

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  2. Claro, dios los cría, ellos se juntan y al final la Guardia civil los amamanta, leñe con la dependienta que no nos ha salido independiente ni nada!!! Está muy bien Ana un poco de contracultura no viene mal. Un beso.

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  3. jajaja. ¡Me hiciste reír, que buena falta me hacia! Después de dejarme ayer al borde del llanto, las carcajadas de hoy era necesarias. Te imagino sujetada por ese ratero, con la navaja en la yugular, soltándole eso, jajaja.

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  4. La escena del inicio de la relación con el Adonis malota que te has marcado es un risión digno de un sainete: La pobre, rehén involuntaria como si al borrachuzo le fuera a importar algo, se lanza en un síndrome de Estocolmo acelerado a por los labios del tipo 😀 😀 😀 😀 ¡Glorioso!
    Y ya nos hemos enterado de los intrigantes acontecimientos. Pero vamos a dejarla, que tiene cosas que hacer la chica con el carterista. Fundido en negro.

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