Por capítulos: «Terrores nocturnos» (Parte III)

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Desde entonces el mismo sueño se presentó día tras día durante semanas. Cuando se lo conté a Sofía, que llevaba fenomenal su embarazo de cinco meses, insistió mucho en que debía verme un médico. Yo no quería, no sé qué temor encontraba en ello, pero al final no tuve más remedio que ir. Fuimos juntos a la consulta de un psicólogo. Solo le hizo falta una sesión para diagnosticarme terrores nocturnos y recetarme unas pastillas para dormir.

La primera noche que tomé las pastillas me dormí prácticamente de inmediato. Con lo cual mi pesadilla comenzó de igual manera, inmediatamente. Y de hecho fue aquella noche cuando se produjo otro cambio. Yo seguía fumando asomado a la terraza y al levantar la vista, aquella nebulosa con la cara de una niña en su interior comenzó a girar de manera inesperada para mí. A la par que giraba pude ver cómo se acercaba un par de manzanas hacia casa. Y aquella noche, por primera vez, me habló.

No puedo expresar el escalofrío de auténtico pánico que me recorrió de la cabeza a los pies cuando escuché su voz. Era tétrica, amenazante, aguda, me hacía daño en los oídos. Por instinto, me tapé las orejas dentro de mi sueño. Y así fue como me encontró Sofía cuando vino a despertarme. Con las manos tapándome ambos lados de la cabeza y gritando de terror. Mis gritos eran tan espeluznantes que conseguí despertarla, aun teniendo las puertas de las dos habitaciones cerradas. Me acurruqué en la cama en posición fetal, mientras lloraba como si fuera un niño pequeño, aferrado a las manos de mi mujer. En mi cabeza aún resonaban nítidas las palabras que aquella macabra niña había pronunciado en mi sueño: «No permitiré que te quedes a su lado. Ella es mía.»

Cuando al fin me tranquilicé eran las cinco de la mañana. Faltaba una hora para que mi despertador comenzase a sonar. Le conté a Sofía lo que me había dicho la niña de mis sueños y volvió a insistir para llevarme al psicólogo. Otra tarde perdida, me dijeron que era mi subconsciente, que tenía miedo de que mi hija acaparase la atención de mi mujer. No podían estar más equivocados, pero eso solo yo lo sabía. Solo yo sabía que quería a aquella niña más que a nada en la vida, aunque todavía no hubiese nacido. Y que aunque mi mujer me hiciese a un lado, cosa de la que estaba seguro no iba a suceder, no me hubiese importado. ¡Si ya era la niña de mis ojos! ¡Por favor! No, mis sueños tenían algo de real, de eso estaba seguro. De no ser así, no me tendrían tan aterrado. Y lo que más me asustaba era que esa niña de mis sueños cada vez estaba más cerca de mí.

La siguiente noche fue peor aún si cabe. La misma visión, aunque la niña en esta ocasión no se movió del sitio. Menos mal. Repitió sus palabras, las mismas del día anterior, pero en esta ocasión añadió algo más: «Ya puedes olvidarte de tu trabajo. Haré que ella vea lo inútil que eres.» Aquel mismo día me despidieron. Despido procedente. Alegaron una bajada en mi rendimiento. Claro que había bajado, si apenas conseguía ponerme en pie durante el día. En aquella ocasión consideré que tal vez se hubiese tratado de una coincidencia. Yo tenía el temor al despido desde hacía un tiempo y puede que se manifestase en mi sueño. Pero en el fondo me parecía demasiada coincidencia. Sofía se tomó la noticia con tranquilidad, como siempre hacía. Ella confiaba en mí y estaba convencida de que en breve encontraría otro trabajo. Le hablé de mi sueño y estuvo de acuerdo conmigo en que no podía tratarse más que de una coincidencia. Desafortunada, eso sí, pero nada más. La niña aquella noche se encargó de dejarme claro que no había sido así.

A esas alturas yo ya tenía verdadero pánico a quedarme dormido. Me quedaba despierto hasta las tantas de la madrugada, en un intento por desvanecer mi pesadilla. Pero cuando no podía más, cuando el sueño al final me vencía, volvía a estar ahí, al acecho, daba igual la hora a la que me quedase dormido. Fue entonces cuando comencé a tomar la medicación contra la ansiedad. Y mi mayor preocupación era, aparte de la que tenía cada noche, qué padre iba a resultar para la pobre criatura que Sofía llevaba en su vientre. No fue hasta el séptimo mes de embarazo cuando elegimos el nombre que llevaría nuestra hija. Llevábamos desde el principio debatiendo sin ponernos de acuerdo, pero cuando nos dimos cuenta de que la pequeña podría nacer en cualquier momento si se precipitaba el parto, tomamos la decisión de elegir el nombre de una vez por todas. Como no conseguíamos llegar a un acuerdo, escribimos en papel los nombres que nos gustaban a ambos y escogimos uno al azar. Fue así como decidimos que la niña se llamaría Rebeca.

Ana Centellas. Diciembre 2016. Derechos registrados.

Imagen: Pixabay

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Publicado por Ana Centellas

Porque nunca es tarde para perseguir tus sueños y jamás hay que renunciar a ellos. Financiera de profesión, escritora de vocación. Aprendiendo a escribir, aprendiendo a vivir.

21 comentarios sobre “Por capítulos: «Terrores nocturnos» (Parte III)

  1. Pues se la estás poniendo bien crudo al pobre y de paso a mi de los nervios. Y además escogen Rebeca que es nombre de chaqueta de punto. Hale ya no me quejo más. Un beso.
    Pero que sepas que cada vez que me mira la petarda esa no anticipo nada bueno.

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  2. Bueno… este pobre ya no puede coger el permiso de paternidad. Muy bonito, ahora las empresas ya no solo quieren librarse de embarazadas, sino también de sus cónyuges 😀
    No sé yo si será Rebequita, la cabeza del padre que se ha vuelto del revés, una fantasma con ganas de gresca o qué, pero sí que estoy seguro de querer saber qué pasa. Siga, siga usted con el relato, que me tiene intrigado 😉

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