Por capítulos: «El hermano mayor» (Parte II)

 

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Imagen: Pixabay.com

 

 

PARTE I

EL HERMANO MAYOR (PARTE II)

Los tenía a los dos acopladitos ya en el salón con la peli que había elegido Daniel puesta en la super televisión de pantalla gigante, cuando Rosana se puso especialmente pesada, insistiendo en que quería jugar con él a la casa de muñecas.

Rosana tenía en su cuarto una enorme casa de muñecas a la que no le faltaba ningún detalle. Se la había regalado una tía abuela un tanto estrafalaria cuando cumplió los dos añitos y llevaba toda su corta vida encantada con su casa de muñecas. Eran ya seis años dedicándose a la decoración de la casita. Todos los regalos que pedía para su cumpleaños eran para su casita. Papá Noel, los Reyes Magos y el ratoncito Pérez, que la conocían muy bien, solo le regalaban complementos para la casa. Y cada vez que venía su tía abuela, daba saltos como loca de contenta porque sabía que le traería algún complemento especial.

La casa había sido más alta que ella hasta hacía dos años más o menos. Tenía varios dormitorios, un salón comedor, una sala de estar, cocina, lavadero, tendedero y tres cuartos de baño, todo ello distribuido en las dos plantas que la componían. Y en el tejado, una pequeña superficie plana a modo de solárium. Era el juguete preferido de Rosana, sin duda.

Desde que se enteró de que su hermano Víctor recibía una paga cada fin de semana, no paró de reivindicarse hasta que consiguió una para ella misma también. Para sus padres era simbólica, no les suponía ningún desembolso económico, como quien dice, y mantenían a la niña contenta. Cada vez que recibía su paga, se sentía tan orgullosa como si fuese mayor. Ella puntualmente la solicitaba cuando llegaba el fin de semana y la ahorraba con pulcritud, hasta que juntaba la cantidad exacta para conseguir el complemento para su casita que tuviese en mente.

Aquella tarde, Daniel estaba ya absorto en la película que su hermano mayor les había preparado, pero Rosana tenía otros planes. Tenía muy, pero que muy claro que quería que su hermano mayor pasase un rato junto a ella jugando a la casa de muñecas. Pero él no quería. Quería distraerles con una película como si fuesen niños pequeños, y ella ya no era pequeña. Veía que su hermano Víctor cada vez pasaba menos tiempo jugando con ellos. Vale que siempre podían contar con él para recogerles del colegio, para que les preparase la merienda, para que los duchase la mayoría de las veces y hasta para que les preparase la cena y los metiese en la cama. Pero a la hora de jugar ya no era lo mismo.

Ahora Víctor siempre tenía que estudiar, o bien se encerraba en su habitación con sus amigos. Desde luego, Rosana estaba convencida de que prefería a sus amigos que a ellos, sus propios hermanos pequeños. Y estaba dispuesta a hacer lo imposible para que fuese al contrario. Para ello había cogido aquel libro en la biblioteca que la ayudaría a conseguirlo.

Víctor estaba comenzando a enfadarse ante la insistencia de Rosana por que jugase con ella, así que la niña decidió dejarle creer que le iba a dejar en paz y se sentó junto con Daniel a ver la película, adoptando su mejor pose de niña buena.

Víctor no se lo podía creer. Su hermana había insistido demasiado poco para lo que era su costumbre, pero seguro que estaba cansada y en menos de diez minutos les tendría a los dos durmiendo plácidamente en el sillón. Él subió a su habitación para descansar un rato.

Todo saldría según los planes previstos: se echaría una siesta mientras los pequeños veían la película o, con un poco de suerte, se dormirían. Luego les prepararía la merienda, y mientras se daría una buena ducha. Para cuando él saliese de la ducha y los pequeños hubiesen merendado, ya habrían regresado sus padres y entonces podría salir con sus amigos por fin. De esta manera, subió a su habitación para echarse una siesta, ajeno por completo a los planes que su hermana tenía preparados para él.

Continuará…

Ana Centellas. Marzo 2017. Derechos registrados.

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Publicado por Ana Centellas

Porque nunca es tarde para perseguir tus sueños y jamás hay que renunciar a ellos. Financiera de profesión, escritora de vocación. Aprendiendo a escribir, aprendiendo a vivir.

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