Los 52 golpes – Golpe #11 – El sueño de Anita

 

EL SUEÑO DE ANITA
Imagen: Pixabay.com

 

 

EL SUEÑO DE ANITA

Anita vivía en una pequeña aldea en el interior de las montañas. De hecho, era la única niña que vivía allí. El resto de la población, apenas cuatro o cinco casas más que había habitadas en la aldea, eran ancianos. Todos, menos sus padres, claro.

Su familia no había vivido allí siempre. Pero algo que los mayores llamaban crisis se había llevado los trabajos de su papá y de su mamá. Por ello se habían trasladado a aquella aldea. Un señor que debía ser muy malo, muy malo, llamado banco, les había quitado su casa en la ciudad. En aquella aldea les ofrecían una casa a cambio de que su mamá, que era auxiliar de enfermería, estuviese pendiente de cuidar de las cuatro parejas de ancianos que quedaban viviendo allí. Su papá había encontrado un trabajo en un pueblo algo más grande que había a no mucha distancia, y así podían vivir con humildad, pero felices.

Su papá se llevaba con él a Anita a la escuela, ya que como era la única niña que vivía fuera del pueblo, no había ruta escolar. Y en la pequeña escuela estaban juntos niños de todas las edades, y solo había una profesora ¡para todos! Anita era muy feliz en aquella escuela, y también en su aldea, donde disfrutaba de las historias que le contaban los ancianos.

Anita tenía un sueño, con el que se quedaba dormida todas las noches. Ese sueño no era regresar a la ciudad, ni volver a su antiguo colegio grande, lleno de clases, donde estaban sus amigos de siempre. Ni siquiera era que les tocase la lotería y tener un montón de dinero para que papá nunca más tuviese que ir a trabajar al pueblo grande. Que va, no era ninguna de esas cosas. El sueño de Anita era que hubiese más niños en su aldea con los que poder jugar.

Ella era muy feliz en la aldea con sus papás; y el resto de los ancianos eran geniales, contaban unas historias estupendas. No lo cambiaba por volver a la ciudad por nada del mundo. Pero lo cierto era que también echaba de menos algún amiguito de su edad para poder jugar. Y es que desde que regresaba de la escuela estaba sola. Incluso en los inviernos, había veces que nevaba tanto que Anita no podía ir a la escuela con su padre al pueblo grande, ni su padre a trabajar. Aquellos días eran un poco extraños, pues le encantaba que su papá se quedase en casa y salir a jugar con la nieve; pero, por otro lado, echaba mucho de menos a los niños de la escuela. Además, sabía que si su papá no trabajaba, no cobraba dinerito para comer.

Igual le pasaba durante las largas vacaciones de verano, en las que solo contaba con la compañía de sus papás y de los ancianos de la aldea. Era muy feliz saliendo al campo a hacer excursiones, tenía toda la libertad del mundo, pero le hubiese gustado que hubiese alguien que la acompañase.

Anita nunca les había preguntado a sus papás, pero por lo que había podido escucharles (ojo, que no les había espiado, es que no había podido evitar oírles), veía muy difícil el tema de tener un hermanito; y menos desde que se habían mudado a aquella aldea, en la que el hospital más cercano estaba a más de cincuenta kilómetros de distancia, según le había oído decir a su madre. Ella no sabía cuánto era esa distancia, pero debía ser muchísimo, a juzgar por la cara que siempre ponía su madre cuando hablaban del tema.

Así que imaginaos la cara de sorpresa que se le quedó a Anita cuando un sábado por la mañana, a mediados del mes de marzo, llegó a la aldea dando bocinazos una furgoneta más grande que la de su papá. En seguida salió corriendo hacia allí, esperando que fuese alguna de las pocas tiendas que se aventuraban a llegar hasta allí, y que a ella le encantaba admirar.

Pero, ¡qué va! ¡Era algo muchísimo mejor! ¡Algo que ni en sus mejores sueños Anita se pudiese haber imaginado! Una nueva familia se instalaba en la aldea, en el antiguo obrador. Como ellos, no tendrían que pagar nada por la casa a cambio de tener el pan recién horneado cada día para la aldea.

Pero lo mejor de todo no eran los dulces tan riquísimos que Andrea, la señora, sabía preparar, sino que eran familia numerosa. Así que, de un día para otro, seis nuevos chiquillos de entre los doce y los cinco años de edad correteaban junto a Anita por las calles de la aldea.

Anita no podía ser más feliz. En los duros inviernos, cuando quedaban incomunicados, todos se reunían en el obrador, al calor del horno de leña, a escuchar las historias de los ancianos mientras degustaban las delicias de Andrea junto con un chocolate bien caliente. Y en verano, mientras los ancianos se reunían en las puertas de las casas a tomar el fresco, una chiquillería recorría las cuatro escasas calles del pueblo hasta altas horas de la noche.

Era entonces cuando, tanto Anita como sus padres, se dormían tranquilos, sabiendo que mudarse a aquella aldea en plena naturaleza era la mejor decisión que habían podido tomar.

Ana Centellas. Marzo 2017. Derechos registrados.

copyrighted

Este texto es el relato número 11 elaborado para Los 52 golpes. A día de hoy, ya está a puntito de salir recién cocidito del horno el relato número 13.

Publicado por Ana Centellas

Porque nunca es tarde para perseguir tus sueños y jamás hay que renunciar a ellos. Financiera de profesión, escritora de vocación. Aprendiendo a escribir, aprendiendo a vivir.

23 comentarios sobre “Los 52 golpes – Golpe #11 – El sueño de Anita

  1. Jeje… maravilloso cuento con un poso agridulce que nosotros, como adultos, comprendemos pese a la confusión de la niña (ese hombre malo llamado banco es genial :D), y en el que retratas una realidad (varias realidades: la crisis, la re-emigración rural, los ofrecimientos de municipios a familias…) que está muy presente en nuestro país.

    Le gusta a 3 personas

  2. ¡Me ha encantado el cuento! ¡Una gran salida para familias afectadas por diversas situaciones socio económicas y la hermosa oportunidad tanto para los niños como los adultos, de vivir en forma sencilla y natural! Ojalá en la realidad pudiese suceder; además insuflarían alegría y actividad a pequeñas aldeas o pueblos.
    Un gran abrazo, Ana!

    Le gusta a 1 persona

      1. Ana, sigo pensando en tu relato y entiendo que quería traducirlo a mi idioma para compartirlo en mi otro blog, donde escribo en ruso sobre España. ¿Puedes permitírmelo? (por supuesto, con tu nombre como autora). Es porque además de buen escrito, es una imagen perfecta de España rural, que me gusta mucho. Y otra pregunta. A tu protagonista se llama Ana, como tú, ¿es por casualidad o tienes tu propia experiencia semejante? Besos y feliz miércoles.

        Le gusta a 1 persona

  3. Reblogueó esto en vozdemoscuy comentado:
    Reblogueo este relato de Ana Centellas, cuyo blog siempre leo con mucho encanto. Ahora se trata de un relato, que me ha gustado mucho no solo por su calidad literaria, sino por realidades de España poco conocidos en mi país. Y eso es la razón por la cual lo he traducido al ruso y he lo publicado en mi otro blog, con amable permiso de Ana. Por cierto, traducir los textos como ese es mi buena pasión, y espero que no sea la última vez, cuando lo hago, siempre y cuando me lo permitiríais.

    Le gusta a 1 persona

Replica a saricarmen Cancelar la respuesta