PACTO CON EL MAR
El mar estaba en calma aquella tranquila tarde del mes de junio. Eran primeros de mes y aún no había comenzado la afluencia de turistas al pequeño pueblecito costero. La playa estaba vacía, salvo ella.
Sentada sobre su toalla miraba al mar sin cesar, como un reto de miradas. La desidia se había apoderado de ella y se había olvidado hasta de comer aquel día. Qué le importaba. Lo único que le importaba era que aquella inmensidad azul se había llevado lo que más quería en el mundo. Se lo había llevado, no se lo había devuelto.
Desde el paseo, su anciano esposo llevaba horas observándola. Quisiera poder hacer algo por ella, pero sabía que todos sus intentos serían en vano. Su obsesión con el mar había llegado a límites insospechados. Emitió un sonoro suspiro y comenzó a caminar despacio hacia la casa, donde saciaría su escaso apetito con cualquier sobra que encontrase en la nevera. Después volvería a vigilarla en la distancia. Durante esos duelos imaginarios que mantenía entre ella y el mar, era mejor dejarla sola. Bien había aprendido aquella lección.
Ella se giró cuando sintió la ausencia de su esposo en la retaguardia. Le vio alejarse con paso cansado y se le escapó una lágrima culpable por no haberse despedido de él, por no haberle contado sus planes. De cualquier manera, él jamás la habría creído. Le lanzó un «te quiero» silencioso y se volvió de nuevo hacia el mar, sellando su acuerdo con un movimiento de cabeza.
Se tumbó boca abajo en su toalla, fingiendo dormitar una siesta, pues la hora era la propicia. El resto del trabajo lo hizo el mar. O al menos parte de él. La marea comenzó a subir, como era habitual cada tarde en aquella zona, pero a un ritmo nunca visto. A los cinco minutos, ella ya notaba el frío del agua en los pies. Diez minutos más tarde, estaba cubierta hasta la cintura.
De lo que pasó a los quince minutos no voy a hablar, pues ya todos sabemos, o imaginamos, el acontecimiento. Lo que sí fue todo un acontecimiento fue cuando ella resurgió de entre las aguas, varios metros adentro, con una gran cola de sirena de escamas tornasoladas y su triste camisa pegada al cuerpo.
Aquella triste madre que casi enloquece por la pérdida de su hijo, convertida en sirena, fue nadando a su encuentro. Precisó de varias horas para encontrarle. Pero por fin se permitiría ser feliz, con su hijo amado, en su nueva condición de sirena inmortal.
Faltaba su esposo, que había quedado solo en la casa familiar, ignorante a todo. Pero ya regresaría ella no muy tarde, cuando hubiese pasado la temporada turística, para mantener a su familia unida de nuevo. Como siempre debió ser.
Ana Centellas. Mayo 2017. Derechos registrados.
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Bellísimo Ana, delicado. Gracias y feliz día! 🙂
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Gracias a ti y feliz día!! Abrazos de luz!
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Muy conmovedor!
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Emotiva que está una últimamente. Besazos, Claudia.
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¡Qué bonito! Para no perder la costumbre, dolor y amor en tu escrito, ¿eh? Y con su punto de fantasía, como me gusta 😉
Por cierto, que me hago propaganda. Creo que me pediste que te avisara cuando terminara de colgar las entradas de «La semilla». Bueno, pues ya está. Pero, de todas formas, tengo intención de publicarlo (con su promoción gratis, claro) más adelante en Kindle, así que si te mola más ese formato (si quieres leerlo, claro)…
¡Un abrazo!
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Genial!!! Espero al kindle y así lo tengo 😊🙏🏻
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¡Güena idea! 😀
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De sirenas y marinos está poblada la costa. Preciosa leyenda nos has traído hoy. Un beso.
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Me alegra mucho que te guste, Carlos. Besos!!
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Es dulce y bueno el imaginar, pues da libre albedrío a nuestro andar, pero di Ana, tus escritos se inspiran en algo real, en un tramo real o solo en el simple soñar…muy lindo relato, gracias
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Tengo de todo, como en botica… Este, claro que no está inspirado en nada real. Te propongo el reto de adivinarlo. Besos!!
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Que belleza más grande y las imágenes tambien. Feliz noche de viernes Ana. Abrazos.
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Feliz noche, Junior ( espero que no trabajes). Besos!!
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Dejé un borrador en tu blog, para que publiques si quieres cuando quieras. ¡Espero que te guste!
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Ana buenos días. Es tu blog tambien y tu puedes publicar las entradas cuando quieras, no tienes ni que pedirme permiso. Es igual que si fuera tu blog. Ya la publicado, pero a la próxima, tu la publicas cuando quieras.Sobre el trabajo, ahora no puedo trabajar, hasta que no me quiten la escayola, Que pases un feliz sábado y mil gracias, por estar conmigo.
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Es verdad! Ni me acordaba de la escayola! Si es que tengo la cabeza en la parra! Mejórate pronto, amigo! Besazos!!
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¡Uff! ¡Tremenda historia, Ana!
¡Un gran abrazo!
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Abrazos de luz, Saricarmen!!
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Muy fluida la escritura! 🙂
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Gracias!! 😊
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El mar siempre enseña.
Lindo texto Ana
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Muchas gracias, Tito. Un beso.
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