Los 52 golpes – Golpe #29 – «Entre mis fogones»

 

ENTRE MIS FOGONES
Imagen: Morguefile

 

 

ENTRE MIS FOGONES

Mi trabajo de chef en uno de los más prestigiosos restaurantes de Madrid, me estaba granjeando una vida que jamás antes hubiese imaginado. Y solo por hacer lo que más me gustaba del mundo.

Todo empezó cuando yo era pequeño. Veía a mi madre en la cocina, rodeada de ollas y de condimentos, y me quedaba absorto mirándola. Era todo un placer para mí aquellas preparaciones con mimo, mezclando las especias y las hierbas aromáticas como si se tratase de preparar un hechizo. Incluso recuerdo que en mi más tierna infancia estaba convencido de que mi madre era una bruja, que realizaba unas pócimas y brebajes riquísimos, además de hechizarme para que me quedase embobado mirándola.

Cuando comencé a ir a la escuela, me privaron de aquel privilegio. Odiaba la escuela y era malísimo en clase y en todas las asignaturas, a la espera de que alguien dijese que no valía para estudiar y me echasen de allí. El caso es que yo estaba bastante interesado en lo que se estudiaba en la escuela y lo sabía todo al dedillo. Podría haber sacado unas notas excelentes, pero hacía mal los exámenes adrede para que me expulsasen, cosa que nunca ocurrió. Al contrario, solo me sirvió para que mis años de escuela se alargasen más de lo debido, a causa de que fueron varios los cursos que tuve que repetir.

Cuando por fin terminé con aquel calvario, a pesar de que mis padres querían que estudiase una profesión con futuro o una carrera universitaria, yo siempre me negué en redondo. Tenía muy claro a lo que quería dedicar mi vida y no iba a consentir que nadie se interpusiese en mis planes.

No fue fácil, tuve que realizar infinidad de trabajos que no me gustaban, mal pagados y duros, para poder lograr mi sueño. Fui repartidor de pizzas, mozo de almacén, reponedor en un supermercado, peón de albañil, repartidor de publicidad por los buzones, barrendero… Todo ello para conseguir el dinero suficiente para poder entrar en la Escuela de Hostelería que mis padres no me podían costear. A partir de ahí, todo fue coser y cantar.

En la escuela pronto se dieron cuenta de mi talento innato para la cocina. Pronto me formé en alta cocina, además de tener un don para la repostería que sorprendía mucho allí dentro. Así que yo preparaba los mejores platos, con las mejores presentaciones, los mejores postres y horneaba deliciosos y delicados bollitos. De ahí que en muy poco tiempo pasase a ser ayudante de un prestigioso chef.

Aquella era una oportunidad de oro para mí porque, aunque el salario no era muy bueno, la verdad, me daba la oportunidad de darme a conocer y de tener un padrino de altura. En poco tiempo, movidos por mi fama, contactaron conmigo desde la televisión y me ofrecieron la posibilidad de realizar un programa culinario. Por supuesto, les dije que sí, cuanta más visibilidad tuviese, mejor que mejor. Lo único que lo adapté un poco a mi estilo de cocinar y, lo que en principio iba a tratarse de un programa de cocina de andar por casa, se transformó en un programa de alta cocina. Se batieron los récords de audiencia.

A partir de mi experiencia televisiva, fueron varios los restaurantes de prestigio que se pusieron en contacto conmigo para que trabajase con ellos. Debo decir que me sentí muy halagado y que aquello era un gran honor para mí, pero lo cierto es que el programa de televisión me proporcionó el dinero suficiente para lanzarme a mi aventura culinaria, y yo nunca he sido de desperdiciar una oportunidad de oro.

Así que, cuando inmediatamente después del cierre del programa de cocina, se conoció que el gran Chef Adolfo Martínez iba a abrir su propio restaurante, la noticia corrió como la pólvora. Antes incluso de abrirlo, tenía ya varios meses de reservas completos. Escogí un local moderno, de tamaño medio, en pleno centro de Madrid. En apenas dos meses, ya estaba en funcionamiento. Una placa en la puerta indicaba que se abría en honor a mi madre, la que siempre andaba entre fogones. Siempre estaba lleno y yo me sentía como en mi propia casa, manejándome con mi propia cocina y mis eternas especias.

Cuando conseguí las dos estrellas Michelín, mi nivel adquisitivo ya había llegado a cotas desorbitadas. Fue entonces cuando decidí contratar un par de ayudantes a los que enseñar mis técnicas. Fueron rápidos aprendiendo, tengo buen ojo con la gente, y además yo les ofrecía un salario que no se encontraba en ningún otro restaurante del nivel.

Ahora, con mi restaurante funcionando a pleno rendimiento, con dos grandes chefs de confianza a su cargo, por fin, puedo dedicarme a lo que realmente me gusta, al que siempre ha sido mi sueño en la vida. Encerrarme entre los fogones de mi casa y elaborar esos exquisitos platos para mi familia.

Por cierto, si os pasáis por mi restaurante, os recomiendo las alcachofas guisadas con piñones y queso de cabra. Están de muerte, os lo juro. Además, os reto a adivinar las especias que, por supuesto, he incluido en su preparación.

Ana Centellas. Julio 2017. Derechos registrados.

COPYRIGHTED

Este es el relato número 29 escrito para Los 52 golpes. Ya podéis leer en la web los relatos 30 y 31 aunque, como siempre, los pondré también por aquí. Maquinando el 32…

Publicado por Ana Centellas

Porque nunca es tarde para perseguir tus sueños y jamás hay que renunciar a ellos. Financiera de profesión, escritora de vocación. Aprendiendo a escribir, aprendiendo a vivir.

17 comentarios sobre “Los 52 golpes – Golpe #29 – «Entre mis fogones»

  1. Este es sin duda de todo los relatos tuyos que he leído quizás el que más me ha llegado mur muchos y variados motivos. Creo que es de los mejores que has escrito. Besos
    PD. No voy a decir los motivos pero es posible que sepas cuales son algunos de ellos. 🙂
    Con tu permiso lo reblogueo en Velehay.

    Le gusta a 1 persona

  2. Este relato me lleva a la niñez y me trae recuerdos de mi madre, quien también pasaba entre fogones que por aquel entonces se ubicaban en la esquina de la cocina. Acá en Colombia, sobre todo en la zona sur, era tradicional armar estos fogones con tres piedras clavadas en el suelo y que pudieran sostener las ollas. A estas piedras se les llama «TULPAS» y se cocinaba con leña. Así era la vida rural. Mi madre tiene una habilidad extraordinaria para hacer preparaciones típicas de la región, por lo cual era contratada para hacer los preparativos en las fiestas.
    Excelente relato que a medida que iba leyendo, me dibujó de ipso facto aquellas escenas de mi tierra natal.
    Saludos…

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario