Ya tenéis disponible el número 8 de la revista Intropia, de la mano de Isabel di Vinci, con la que tengo el placer de colaborar desde aquel inicial nº 0. Mucho ha cambiado la revista desde entonces. Este mes nos ofrece un colorido y unas ilustraciones espectaculares. Os animo a todos a leerla, podéis hacerlo en este enlace.
De todas formas, os dejo con mi participación de este mes. Espero que os guste.
ACORDES
Era una noche cálida del mes de agosto. Después de mi cena, en solitario, disfrutaba con tranquilidad de mi mojito, contemplando el reflejo de la luna sobre el mar. Andaba yo absorta en mis pensamientos, quién me mandaba venir a pasar unas vacaciones sola. Era cierto que necesitaba alejarme de todo durante una temporada, de ahí que tomase aquella decisión. Pero también era cierto que llevaba dos días y ya me estaba consumiendo. Me aburría, no soportaba los largos días en soledad.
Estaba meditando sobre si regresar o no a casa, llamar a alguna amiga para que pasase unos días conmigo, o ser consecuente conmigo misma y llevar adelante mi decisión con todas sus consecuencias. En este último caso, he de reconocer que sentía miedo. Por un lado, mi vuelta a casa podía suponer un alivio y sentirme a gusto en el sitio al que se suponía que pertenecía. Pero por otro, podía ocurrir que con el transcurso de los días, me acostumbrase e incluso me gustase aquello y no quisiera volver a la monotonía de siempre.
De pronto, un rasgueo de cuerdas llegó hasta mis oídos. Un músico ambulante había comenzado a tocar una guitarra, de la que salían los acordes más bonitos que jamás había escuchado. Al poco tiempo, a ellos se les unió el sonido de una preciosa y desgarradora voz. Fijé mi atención en él, y podría jurar que él también se fijó en mí. Aquellos acordes, junto con su melodiosa voz, acapararon por completo mis sentidos aquella noche. No había nada más excelso en la vida, nada que me pudiese aportar más que aquel sonido que estaba escuchando.
Cuando aquel músico recogió sus cosas y se despidió, tomé la decisión de quedarme en aquel paradisiaco lugar sin más compañía que mi yo interior, con todas sus consecuencias. Bien podía morir de aburrimiento, bien podía resultar una experiencia extraordinaria.
El chico de aire bohemio y guitarra curtida en mil batallas, se acercó a mí ofreciéndome una gorra gastada, solicitando unas monedas. Se las di sin vacilar, por completo seducida por aquella mirada, profunda y viva. Se despidió de mí con un guiño y yo sentí que mi paso por allí no iba a ser para nada aburrido.
A partir de entonces, mi vida transcurría ilusionada por que llegase la noche y volver a escuchar aquella maravillosa voz otra vez. Intercambiábamos miradas, sonrisas, éramos cómplices sin si quiera conocernos. Toda idea de volver fue desterrada de mi mente.
Los días fueron pasando en un juego cómplice, que dio paso al poco a uno más seductor. Ni qué decir tiene que nunca más volví a mi casa. Me quedé junto a mi amor, mi bohemio, su voz y la música que nos unió. Me quedé donde se hallaba mi verdadero hogar.
Ana Centellas. Febrero 2017. Derechos registrados.
Entretenida y romántica historia, Ana. ¡Me gustó!
¡Abrazos!
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Relajadita, que es agosto… Besos!!
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Vivimos el mismo mes, pero con percepciones antagónicas. ¡Qué lindo que estés relajada! Te hará muy bien.
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¡Eso es lo bueno, Sari! Todos podemos percibir las sensaciones de los demás aunque estemos en diferente hemisferio. Y eso es estupendo, enriquecedor.
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El poder seductor de la música, que le dicen…
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Ay la música, qué haríamos sin ella?
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