Revista Luz de Candil Nº10 – Mayo 2018

LUZ DE CANDIL N10 - MAYO 2018

¡Feliz tarde de viernes! Para hoy os traigo el nuevo número de la Revista Literaria Luz de Candil, que os animo a leer. Podéis acceder al contenido de la revista correspondiente al mes de mayo haciendo clic aquí.

Como suele ser habitual, os dejo aquí mi colaboración de este mes. Espero que os guste.

TÍA MERCEDES

TÍA MERCEDES

Hacía muchos años que no manteníamos contacto con la tía Mercedes, desde que tuvo lugar aquel absurdo roce entre hermanas que la separó de mi madre para siempre. Jamás llegué a comprenderlo; en mi mente de pequeña niña inocente no cabía ningún motivo con el suficiente peso como para separar a dos hermanos. Por aquel entonces, pensaba que nadie ni nada conseguiría separarme de mis hermanos. Han pasado los años y lo sigo pensando.

La tía Mercedes vivía dos bloques por encima del nuestro, en la misma calle. Era prácticamente imposible no cruzarse con ella en algún momento del día. Incluso llegué a pensar que era ella misma la que propiciaba los encuentros para alcanzar al menos la oportunidad de poder intentar solucionar las cosas. Mi madre siempre se mostró intransigente en demasía con respecto a este tema. Mis hermanos, mayores que yo, la apoyaban de una manera incondicional, de modo que el odio que mi madre llegó a desarrollar hacia su hermana anidó también en sus jóvenes corazones, creando una brecha en el seno de la familia imposible de salvar.

Ella siempre permaneció soltera y agradecía nuestra compañía cuando éramos pequeños con una bondad infinita. Fueron muchas las tardes que pasé en casa de mi tía, muchos buenos momentos compartidos a los que mi corazón no estuvo dispuesto a renunciar. Lo que mi familia nunca supo era que, desde que empecé a tener un mínimo de independencia, yo mantenía encuentros clandestinos con mi tía. Siempre fuera del barrio, de manera que fuese imposible que hubiese algún testigo. Nuestra relación siempre estuvo basada en un cariño incondicional, reforzada por el secreto que ambas compartíamos y que ella se llevó consigo a la tumba.

La noticia de su muerte supuso para mí un mazazo impresionante, más aún cuando sentí la indiferencia de mi madre y hermanos ante aquel suceso. Fui la única que acudió a su funeral, la única que la acompañó mientras su ataúd era introducido palmo a palmo en la fosa que ella misma se había asegurado para este momento, a sabiendas de que su propia familia no se ocuparía de ella. Lo cierto es que el dolor que sentí fue indescriptible, un sentimiento tan hondo de pérdida que era un auténtico desconocido para mí y una sensación de vacío irreparable, unido a la dolorosa impotencia que me provocaba sentir la frialdad de su propia familia.

Meses más tarde, una llamada telefónica me citaba para informarme de que era la única beneficiaria del testamento de tía Mercedes, que consistía únicamente en el vacío piso de su propiedad en el que había pasado la mayor parte de su vida. No me sorprendió. Acepté la herencia con agradecimiento y, con las llaves de su vivienda apretadas con fuerza en la mano que guardaba en el bolsillo de mi abrigo, me dirigí al piso del que guardaba tan buenos recuerdos de mi infancia. El olor encerrado de la soledad me abofeteó la cara en cuanto abrí la puerta, junto con el aroma invisible de una enfermedad de la que jamás me llegó a hablar. Levanté persianas y abrí todas las ventanas que encontraba a mi paso, en un intento por recuperar el aire fresco y limpio que en su día habitaba aquel lugar.

Cuando salí a la terraza, no pude evitar derrumbarme en un mar de llanto incontrolado. En el rincón más gastado de la misma, seguía aquella mesa sobre la que tantas veces había merendado, escuchando las mil y una historias que mi querida tía era capaz de recrear. El óxido la había recubierto por completo, al igual que a la silla que siempre la acompañó. Sobre el asiento, el cojín que siempre utilizaba permanecía inalterable, como petrificado en el lugar, mostrando la ausencia de color como único elemento identificativo del paso de los años.

Me costó trabajo despegar la silla del suelo, el óxido había ejercido de un estupendo pegamento. Cuando lo conseguí, dejé caer el peso de mi cuerpo sobre el endurecido cojín, con una exhalación intensa y las lágrimas aún en la mirada. Sobre mí, en el cielo azulado de aquella fría mañana de invierno, creí ver la sonrisa de tía Mercedes acariciándome con dulzura desde un hueco abierto entre las escasas nubes que parcelaban la bóveda celeste. Sin duda, ella seguiría conmigo en aquella silla durante el tiempo que yo quisiese permanecer junto a ella.

Ana Centellas. Abril 2018. Derechos registrados.

COPYRIGHTED

*Imagen: Pixabay.com (editada)

128. ALBERTI

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Publicado por Ana Centellas

Porque nunca es tarde para perseguir tus sueños y jamás hay que renunciar a ellos. Financiera de profesión, escritora de vocación. Aprendiendo a escribir, aprendiendo a vivir.

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