SIN MIRAR HACIA EL PASADO
Susana abrió la puerta despacio, haciendo girar la llave en un gesto exageradamente lento. Contuvo la respiración durante unos interminables segundos cuando al fin escuchó el «clic» que indicaba que la puerta ya estaba abierta. Sacó la llave con la misma lentitud que había utilizado para girarla y tomó de la mano a Ricardo, apretándola con fuerza. El chico se acercó a ella y le dio un tierno beso sobre el pelo.
—Vamos, cariño, cuanto antes te enfrentes a ello, mejor —le dijo, en apenas un susurro, a la vez que la invitaba a pasar con un gesto.
Susana tembló. A sus cuarenta y cinco años, nunca se había planteado que podría llegar a pasar por un momento tan complicado. Su memoria, simplemente, había borrado todo hecho del pasado que la lastimase y había negado todo contacto con su vida anterior. Sin embargo, cuando le comunicaron el fallecimiento de sus padres, algo en su interior se quebró con tanta fuerza como si le hubiesen arrancado de cuajo las raíces. Nunca antes había imaginado volver a pisar aquella casa. ¿Cuánto tiempo había pasado? Más de veinticinco años. Sí, exactamente veinticinco años, tres meses y cuatro días. Aquella fecha jamás se borraría de su mente.
Lo que sí se había borrado era todo recuerdo que estuviese relacionado con aquello. La imagen de los rostros de sus padres aparecía ante ella un tanto distorsionada y pensó, con sobrecogimiento, que casi había llegado a olvidar incluso sus caras. La sombra de un remordimiento cruzó su semblante serio. Un segundo. Rápido recordó el porqué de su huida. Tembló una vez más y, sacando el poco valor que le quedaba, abrió por fin las puertas de aquella casa que había desterrado de su memoria.
Nada más traspasar el umbral, un torrente de sensaciones olvidadas la abofeteó como el restallido de un látigo golpeando algo en su interior que no era físico. Dolía. Vaya si dolía. Mucho más de lo que hubiese llegado a imaginar jamás. De pronto, como si acabase de traspasar un horizonte temporal, fue como si el tiempo no hubiese transcurrido, como si aquellos veinticinco años que había vivido desde entonces hubiesen desaparecido por completo. Un intenso temor la invadió, como antaño, el mismo miedo que siempre sentía cuando traspasaba aquella puerta y sabía que él estaría allí.
Todo estaba como lo recordaba en el rincón más apartado de su memoria, como creía que ya no lo recordaba. Los mismos muebles de entonces, la misma vieja televisión, las mismas cortinas tupidas que intentaban esconder aquello que ni se podía ni se debía haber escondido. Volvió a sentirse por unos instantes una niña de nuevo, indefensa, asustada, frágil. Afuera quedó la mujer valiente y segura de sí misma en que se había convertido, cerrando todas las puertas y ventanas que estaban orientadas hacia su pasado.
Echó un vistazo a su antiguo dormitorio y de inmediato supo que había cometido un error irrecuperable al regresar a aquel lugar. Sus pósters seguían colgados de las paredes en las que ella misma los había puesto, siendo aún una joven con inquietudes que cada día se borraban de golpe y que tenía que reconstruir cada mañana. Sus libros seguían en las estanterías, incluso el libro que dejó sin terminar de leer continuaba allí, sobre el escritorio, esperando un regreso que jamás ocurrió. Sobre la cama, incluso, un pequeño rastro de sangre permanecía allí, testigo mudo durante todos aquellos años de lo que había acontecido.
Los recuerdos se agolparon en su mente abriéndose paso a empujones, hasta un punto que el dolor llegó a ser inclusive físico. Los puños de su padre cayendo sobre ella cada día volvieron a registrarse a fuego en su mente, así como la mirada impasible de su madre mientras tanto. Tenía que salir de aquella casa lo antes posible si no quería ahogarse en recuerdos algo más que desagradables. Ahogó un quejido, tapándose la boca con la mano, y tiró de Ricardo. Él se dejó llevar sin pedir explicaciones, sin intentar que no lo hiciera.
Una vez en la calle, Susana recuperó el aliento. A pocos metros, una mujer sin techo pedía alimentos para sí y para su hijo pequeño, que dormía tendido sobre un cartón. Susana echó de nuevo el cerrojo a los recuerdos y sonrió, alegrándose de saber que aquellas personas nunca más volverían a dañar a nadie. Le entregó las llaves de la vivienda a aquella mujer, dándole explicaciones de dónde se encontraba, mientras esta la miraba con una mezcla de asombro y gratitud, para terminar abrazándose a ella como si hubiese sido un Mesías caído del mismo cielo.
Susana se sintió bien, quizá como jamás había llegado a encontrarse durante todos aquellos años. Abrazó a Ricardo y, juntos, se alejaron caminando despacio por la misma calle que la había visto crecer, sin detenerse en ningún momento a mirar hacia el pasado.
Ana Centellas. Junio 2018. Derechos registrados.
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*Imagen: Pixabay.com (editada)
¡Qué texto tan lleno de sentimientos! Me ha encantado.
Un saludo.
Marta
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Me alegro mucho, Marta. ¡Gracias por leerme! 😘😘😘😘
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Precioso. Tierno, doloroso, pero simplemente precioso.
Es cerrar el pasado, abriendo un nuevo futuro a alguien que quizás el pasado había sido igual de doloroso que el suyo.
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¡Gracias, Antonio! No me olvido de la visita que tengo pendiente 😊
Besazos enormes 😘😘😘
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Lo sé. El qué no diga nada, no quiere decir que no lo tenga en cuenta. 😉
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Todavía no me he acercado a tierras extremeñas 😅
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