PERDIDOS
—Déjame el mapa —le dijo Paloma a Santiago, después de un par de horas caminando por el bosque—. Juraría que ya hemos pasado por este lugar varias veces.
—Que no, Paloma, que te digo yo que no —respondió Santiago, fingiendo una indignación que no sentía. Tenía que rendirse a la evidencia y admitir que ella tenía razón. Se habían perdido.
Paloma tomó el mapa entre sus manos y le dio un par de vueltas, intrigada. No tenía que haberse fiado de Santiago, nunca había tenido muy buena orientación y era desastroso interpretando los mapas. A pesar de ello, debía reconocer que aquel mapa que les habían dado en la oficina de turismo no tenía mucha utilidad. Y, también, que había sido ella la que había propuesto alejarse de la ruta de senderismo marcada. Sí, estaban perdidos.
—¡Esto no hay quien lo entienda! —gritó Paloma—. ¡Estamos perdidos por tu culpa! ¿Por qué te habré dejado hacer de guía, si te pierdes hasta cuando vienes de la compra?
—¿Pero qué estás diciendo? ¿Quién ha sido la que se ha empeñado en salirse del sendero a pesar de que le he dicho mil veces que no era una buena idea? Además, volviendo de la compra solo me perdí una vez —respondió Santiago, malhumorado.
—¡Serás exagerado! ¿Mil veces? Que yo recuerde, no he tenido que insistirte mucho —le contestó Paloma.
Los dos eran expertos senderistas, era raro que se encontrasen en aquella situación. Habían salido de mañana a hacer una excursión a través de los bellos bosques de la selva de Irati, una zona que a ambos les encantaba. Poco antes de mediodía, Paloma había propuesto desviarse de la ruta para poder disfrutar aún más de la agreste experiencia. El día era soleado y los frondosos árboles invitaban a perderse por entre sus troncos. La luz solar se filtraba entre las copas, creando unos magníficos efectos luminosos en aquella mañana de primavera y el frescor era más acusado que en el camino. A ambos les pareció buena idea comer entre los recodos de la floresta. Y ahora se veían en medio de aquella discusión absurda.
—Eso es porque he preferido no llevarte la contraria. Ya sabes que cuando quieres algo no paras hasta que lo consigues, así que, ¿para qué iba a perder el tiempo discutiendo? —contestó Santiago, casi sin pensar su respuesta.
—¡¿Me estás llamando mandona?! ¡O pesada! ¡No me lo puedo creer! ¡Si nunca hacemos nada de lo que digo! —gritó Paloma, cruzándose de brazos y expresando una mueca de disgusto.
Parecía verdaderamente enfadada y Santiago temió haberse pasado con la respuesta, pero ya no podía echarse atrás, así que siguió adelante con la discusión con todas las consecuencias. Algo que, por otro lado, era lo que estaba buscando.
—¡¿Que nunca hacemos nada de lo que quieres?! ¡¿Cómo puedes decir eso?! Por favor, Paloma, no seas cínica, anda —continuó Santiago. Le dirigió una última mirada antes de girarse de medio lado, como si no quisiera continuar con aquella discusión.
La encontró más guapa que nunca, con aquellos pantalones cortos nuevos y la camiseta de tirantes en color turquesa que tan bien le sentaba. Combinaba de maravilla con el tono encarnado que ya habían tomado sus mejillas.
—¡¿Cínica?! ¡¿Tienes el valor de llamarme cínica?! Bueno, eso, y todas las otras cosas que me has dicho… —respondió, a su vez, ella.
—¡Yo no te he dicho nada más! ¡Te lo estás diciendo todo tú solita!
Con este último grito de Santiago, la mujer no pudo más y quiso poner término de súbito a aquella discusión. Totalmente excitada, se lanzó a rodear con sus brazos el cuello del hombre, besándole con delirio. Por supuesto, Santiago respondió al beso con la misma emoción que ella había puesto en él. Le hubiera gustado que la pelea durase un poco más pero… así era ella. En pocos segundos, los dos peleaban por quitarse mutuamente la ropa, tumbados sobre las agujas de los pinos que cubrían el suelo.
Desde que descubrieron que las discusiones tenían aquel efecto en ellos, les encantaban las disputas que se formaban entre los dos por cualquier tontería. Incluso aquellas que, como hoy, habían provocado intencionadamente. A pocos metros del lugar donde Paloma y Santiago se prodigaban muestras de amor, el sendero discurría tranquilo, ajeno a la discusión que, sin saberlo, había provocado.
Ana Centellas. Septiembre 2018. Derechos registrados.
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*Imagen tomada de la red (editada)
Insólita forma de quererse. Me encanta la referencia a la Sierra de Irati, aunque quizá por el enclave elegido, me hubieran encajado más otros nombres para los personajes. Pero, vamos, que el relati me ha gustado igualmente.
Un abrazo.
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Irati es mi destino idílico…
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BUEN RELATO
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Mil gracias, Pippo 🤗
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