UNA NOCHE CON MARÍA
Es difícil precisar, no ya con exactitud, sino como una mera aproximación, la edad que puede tener María. Yo recuerdo verla caminar por el barrio desde hace años, muchísimos años. Es más, creo que desde que tengo uso de razón, María siempre ha estado ahí y siempre ha mantenido el mismo aspecto. Pudiera parecer que ha conseguido burlar el paso de los años y se hubiese detenido en una edad imprecisa o, por el contrario, que tuviese ya tal edad que fuese imposible envejecer más. En cualquier caso, la apariencia de María lleva siendo la misma desde hace al menos tres décadas.
Siempre se ha visto a María por las calles tirando de un pequeño carro donde iba apilando los cartones que encontraba o le daban los vecinos. A día de hoy, sigue haciendo lo mismo. Su minúsculo cuerpo, encogido por la edad, tira del carro con el mismo vigor con el que lo ha hecho siempre. Acarrea los cartones cada día hasta una fábrica de las afueras donde se los pagaban a veinte duros el kilo y ahora apenas le dan unos míseros treinta céntimos. Lo sé porque me lo cuenta todos los días. Es una historia convertida en bucle dentro de su cabeza, que cuenta una y otra vez, como si fuese la primera, sin que parezca que recuerde si ya te lo había contado o no. Quizá no lo recuerde, o quizá simplemente le guste contar su historia. Yo solo sé que me encanta escucharla.
Todos los días, cuando regreso a casa desde el trabajo, tomo del brazo a María, que ya ha terminado su tarea diaria y espera con paciencia sentada en un banco de la plaza. Juntas vamos a la cafetería de Miguel, otro veterano del barrio, aunque a este sí creo recordarlo con algo más de lozanía y de juventud. La invito a un café con leche mientras me cuenta la misma historia de todos los días, que yo escucho con una sonrisa. María es única contando su historia, la adorna con todo lujo de detalles y por su forma de expresarse diría que ha sido o, mejor dicho, es una mujer muy culta. Quizá algún día me cuente la historia que yo quiero escuchar y que nunca me atrevo a preguntar.
Ese ratito que paso con ella cada día, excepto los fines de semana, es como un remanso de paz en mis tardes. La voz de María es extremadamente dulce y pausada, una auténtica melodía para mis sentidos. Sus manos ya trémulas sujetan con nerviosismo la taza de café. Cualquiera diría que son las mismas manos que unas horas antes derrochaban fortaleza tirando del carrito. Observo, mientras la escucho, las arrugas que surcan la piel de sus manos que, a pesar de todo, tienen la suavidad de la seda cuando se las estrecho con cariño. La admiro.
Hace unos días, un problema laboral me hizo regresar a mi casa cerca ya de la medianoche. Encontraba mi ánimo pesado y sentía el cansancio como una cargante losa sobre mi espalda. Además, echaba de menos de María. A aquellas horas, el banco donde siempre la encontraba ya estaba vacío y la cafetería de Miguel, cerrada. Era el primer día que la fallaba en muchos años, lo que me hacía sentir aún peor. Al entrar en el portal de mi casa, un bulto extraño me sobresaltó. A punto estuve de dar un grito cuando vi aparecer el dulce rostro añejo de María desde debajo de unos cartones.
Me acurruqué a su lado y, de inmediato, me sentí mucho mejor. María me acariciaba el pelo como si fuera su niña, con un cariño infinito que no parecía morir en ningún punto. Aquella noche, María me habló como nunca antes lo había hecho. Abrió su corazón para mí de una manera que jamás hubiese imaginado que podría hacer. Me habló de su vida anterior, de su familia, de las circunstancias que la habían llevado a malvivir de aquella manera, de su soledad, de lo consoladora y grata que le resultaba mi compañía. Fui incapaz de articular una sola palabra, me limité a escucharla como ella necesitaba y, cuando el día despertó y nos sorprendió a las dos en el portal, noté también cierto grado de alivio en ella.
Se apresuró a recoger sus cartones, no quería que nadie la sorprendiese allí, tenía que comenzar a trabajar si quería comer algo aquella mañana. En silencio, como durante toda la noche, la tomé de la mano y la acompañé a mi casa.
Conozco a María desde que tengo uso de razón. No lo sabía, pero María es, y siempre ha sido, mi familia.
Ana Centellas. Septiembre 2018. Derechos registrados.
Una noche con María by Ana Centellas is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
*Imagen: Pixabay.com (editada)
Excepcional relato lleno de calor humano
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🙏🏻🙏🏻🙏🏻🙏🏻
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Precioso, de una ternura infinita. Al terminar de leerlo la primera palabra que me vino a la mente fue “espectacular”.
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Guau! Me alegro muchísimo de que te haya gustado!! Muchas gracias y feliz sábado!! 😘😘😘
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Feliz para ti también Ana.
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Muy hermoso el relato. Un cordial saludo
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¡Gracias! Feliz día 😘😘
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Brutal !!!
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🤗🤗🤗🤗🤗
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Gran entrada! Saludos desde Bogota
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Gracias!! Feliz día! 😘😘😘
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