El relato del viernes: «Regreso»

 

REGRESO

REGRESO

El anciano escuchó un suspiro en el barco que le llevaba de vuelta a su tierra natal, al otro lado del océano, después de más de cincuenta años. La noche era fría y el mar salpicaba con fuerza contra los costados del buque. La oscuridad era absoluta; solo la luna brillaba en la lejanía del cielo estrellado. El enorme barco, todo el pasaje y su tripulación no eran más que un minúsculo punto en un inmenso océano de oscuridad y aguas bravías. El ruido que provocaba el oleaje al romper contra la embarcación era tal que escuchar un suspiro tan profundo sobreponerse al estruendo causado por las olas le hizo estremecer.

No esperaba que nadie más se encontrase en cubierta en una noche tan desapacible como aquella, en la que el frío se colaba por las ropas hasta llegar al interior de los huesos y lograba empaparlos de humedad. Por eso el anciano se había relajado y había permitido salir a la superficie esa parte de sí mismo que durante toda su vida había mantenido escondida por considerarla un signo de debilidad. Un buen rato después de la cena, cuando ya suponía que todo el pasaje estaría en sus respectivos camarotes, había salido al exterior para dejar que las bajas temperaturas le castigasen como creía merecer y poder llorar en soledad, como siempre había hecho.

Aquel suspiro le había hecho regresar de golpe a una realidad mucho más apacible que los recuerdos que, en aquellos momentos, le atormentaban la mente. Pero también había conseguido devolverle todo el pudor que le otorgaba su hombría para no dejarse ver en tal situación. Enjugó con disimulo las lágrimas y buscó en la penumbra el origen de aquel sentido suspiro. A pocos metros, apoyada en la baranda, una mujer miraba hacia la luna, en apariencia ajena al frío y al movimiento del barco. Sus cabellos grises estaban recogidos en un moño bajo y un enorme chal de lana gruesa la cubría por completo. A pesar de la penumbra, pudo apreciar que debía de tener su misma edad y, por un instante, deseó que se tratase de la persona que había ocupado su mente hasta hacía solo un momento. El solo hecho de imaginar esa posibilidad hacía que se le erizase el vello.

Ella volvió a viajar hasta su mente en una travesía temporal de varias décadas, lo que hizo que la emoción le embargase de nuevo. Regresó a su juventud, a su isla natal, a sus grandes ojos verdes. Regresó a los paseos por la playa al atardecer y a las largas noches de baile. Regresó a las caricias furtivas bajo las estrellas y a los besos robados bajo un malecón. Al día en que se despidió de ella para embarcar rumbo hacia otro continente con la esperanza hueca de volver a encontrarse guardada en un bolsillo del pantalón. Jamás volvieron a verse, perdieron el contacto, a pesar de que ninguno de los dos llegó a cerrar la habitación que ocupaba el otro en el interior de sus corazones.

Un nuevo suspiro le trajo de vuelta una vez más a la fría realidad de aquella agitada noche. Una ráfaga de viento lo acercó hasta sus oídos, traviesa, conciliadora, conocedora del efecto que su acción provocaría. Un escalofrío que no fue consecuencia del gélido aire recorrió el cuerpo del anciano. Ese suspiro, ese torrente de emociones lanzadas al cielo nocturno, no le era desconocido. Sin detenerse a pensarlo, recorrió con paso lento y emocionado los escasos metros que le separaban de aquella mujer. Actuó con cautela, temeroso de que el subconsciente y la necesidad le hubiesen hecho incurrir en un error fatal.

—¿Se encuentra usted bien? —preguntó, nervioso, a la espalda de la mujer.

La tensión en el cuerpo de ella se hizo evidente en cuanto escuchó aquella voz que provenía del dorso sombrío de la oscuridad. Se giró con demasiada lentitud, como se giraría alguien que estuviese de pronto paralizado por el miedo de no encontrar a su espalda aquello que tanto esperaba. Las lágrimas del anciano se mezclaron al instante con la salazón del agua que salpicaba por el costado del buque cuando unos ojos verdes cargados de emoción le miraron a tan solo unos centímetros de su mirada.

Sobraron más palabras aquella noche en cubierta. Un abrazo tierno y sentido se llevó consigo el frío acumulado durante varias décadas. El buque, ajeno a todo, prosiguió su travesía por alta mar.

Ana Centellas. Octubre 2018. Derechos registrados.

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Regreso by Ana Centellas is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License

*Imagen: Pixabay.com (editada)

284. COMBINACIÓN

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Publicado por Ana Centellas

Porque nunca es tarde para perseguir tus sueños y jamás hay que renunciar a ellos. Financiera de profesión, escritora de vocación. Aprendiendo a escribir, aprendiendo a vivir.

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