IMAGINANDO
Fermín llega a su casa cada día cuando sus hijos ya se han dormido. Carola, su esposa, dormita en el viejo sillón de la estancia que hace las veces de salón-comedor. La tenue luz de una lamparita la ilumina desde un rincón. Él entra en silencio para no sobresaltarla y se detiene unos segundos, tras girar la llave, en contemplarla. Incluso dormida muestra en su rostro una perpetua sonrisa que cada día le parece más hermosa. Su abultado vientre le da la bienvenida desde la distancia y Fermín piensa, durante un instante, que vendrá otro hijo al mundo que apenas podrá ver a su padre.
Carola abre los ojos muy despacio, como si se tratase de una película rodada a cámara lenta. Ver a Fermín en la puerta es lo que la hace reaccionar y trata de incorporarse con rapidez, pero su avanzado estado de gestación le dificulta el proceso. Él se apresura a llegar hasta donde está ella y la ayuda a ponerse en pie. Los dos se funden en un cálido abrazo que hace que a Fermín se le esfume de golpe todo el frío acumulado en el cuerpo durante el largo día trabajando a la intemperie. Se besan en los labios con timidez, como si temiesen que alguno de los pequeños pudiese llegar a ver un acto tan simple que, a pesar de su naturalidad, ellos consideran cargado de intimidad.
Se dirigen hacia la cocina tomados de la mano. Fermín acompaña a Carola en su lento arrastrar de pies. Sobre la mesa, un plato con la cena le espera desde hace por lo menos un par de horas, cuando su mujer y sus hijos cenaron juntos. Guarda una porción en una fiambrera; será su comida del día siguiente. Calienta el resto en el microondas y se sienta a la mesa junto con Carola. Ella escucha con atención las noticias que su marido le cuenta de su día, sin saber que están edulcoradas para que no llegue a saber cuán cuesta arriba se le hace mantener el ritmo, hasta que el sueño se empieza a apoderar de ella de nuevo.
Es él el que acompaña ahora a su mujer hasta la cama, le da un beso en el vientre y otro en los labios y la arropa con cariño. La besa en la frente antes de dirigirse a la habitación de los niños. En la misma cama duermen Adrián y Nicolás, abrazados. Fermín aún no sabe dónde dormirá la pequeña Lola cuando nazca. No se pueden permitir una casa más grande y tampoco puede echar más horas de las que ya trabaja. Arropa bien a sus hijos y le da un beso en la frente a cada uno. Después sale de la habitación con cuidado para no despertarles, aunque en el fondo se muere de ganas por que le den un abrazo. Sabe que no hay alternativa, pero cada día continúa preguntándose si será bueno para ellos tener un padre al que solo ven los domingos.
Mientras se pone el pijama, Fermín ya ha comenzado a imaginar, como cada noche. Imagina que no tienen problemas económicos, que tiene un trabajo estable y con una jornada normal. Se mete en la cama y el cansancio parece quintuplicarse. Imagina que pasa las tardes jugando con sus hijos, que viajan todos juntos a los lugares más maravillosos. El sueño va tornando sus párpados más y más pesados a cada instante. Imagina que todas las semanas sale a cenar con Carola, que puede hacerle los regalos con los que siempre ha soñado. Sus músculos se relajan sobre la cama e, imaginando, Fermín se queda dormido como una sonrisa, como cada noche.
Ana Centellas. Octubre 2018. Derechos registrados.
*Imagen: Pixabay.com (editada)
Aquí tenéis mi cuadragésimo tercera participación en Los 52 golpes durante el año 2018. Pasaos por la página, donde podréis encontrar a la estupenda clase de 2018 y a los locos que, como yo, continúan dando golpes semana tras semana.
ossstia!!! muchas gracias…
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Triste pero dulce.🤗
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🤗🤗🤗🤗🤗
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