
Tocar las nubes con los dedos
—¡Mamá, mamá! —gritó Lucas emocionado al entrar por la puerta de su casa —. ¡Puedo tocar las nubes!
Su madre, que en ese momento estaba tomando un café sentada a la mesa de la cocina, le sonrió con ternura. Qué cosas tenía aquel muchacho. Desde muy pequeñito había tenido una imaginación prodigiosa.
—¿De verdad, cariño?
—¡Sí, mami! ¡Las he tocado! ¡Las he tocado! ¡Las he tocado con mis dedos!
La emoción en la cara de Lucas era más que evidente. Su madre miró a través de los empañados cristales de la ventana. Aquella fría mañana de domingo había amanecido lloviendo y las nubes, de un intenso color gris oscuro, cubrían todo el cielo sin dejar un resquicio. La lluvia caía con lentitud, como si estuviera ralentizada, pero con constancia. Amplios charcos tapizaban el suelo por doquier.
Apenas había gente por las calles, deberían de estar todos resguardados en el interior de sus casas, al amparo de la calefacción, para disfrutar de aquella mañana de domingo de la mejor manera que podía imaginar, en familia. Una sombra de tristeza cubrió su rostro, pero hizo un gran esfuerzo por apartarla casi de inmediato. Pronto haría un año desde que el padre de Lucas no estaba con ellos y aún dolía. Mucho. Por suerte, parecía que el pequeño lo estaba llevando bastante bien. Por supuesto que había momentos en los que preguntaba por él y rompía en un denso llanto por el que poco se podía hacer para consolarlo, pero, en general, parecía feliz.
Sus pensamientos viajaron hacia momentos más agradables. A Lucas siempre le había encantado la lluvia. Incluso cuando era un bebé, las más intensas carcajadas las soltaba cuando lo sacaban a la calle en su cochecito y las gotas de lluvia caían sobre su rostro. Cuando aprendió a andar, descubrió el placer de saltar sobre los charcos y, desde entonces, no había día de lluvia en el que no se calzase sus botas de goma, se enfundase dentro de su chubasquero amarillo y saliese a disfrutar de su fenómeno preferido. Como aquella mañana de domingo.
Su ensimismamiento se vio interrumpido por una pregunta que, lanzada así, a bocajarro, casi provoca que la taza de café que sostenía entre las manos fuese a estrellarse contra las baldosas negras y blancas del suelo de la cocina.
—Mami, allí en el cielo, con las nubes, está papi, ¿verdad?
No supo qué decir. Las palabras se le esfumaron, tan cobardes como culpables, huyeron por la puerta de atrás de la cocina y la dejaron en la estacada. Tampoco importó. Aquella pregunta, comprometida como pocas, se le había olvidado a Lucas apenas un segundo después. La lágrima que amenazaba con precipitarse de su ojo izquierdo regresó a su cómoda posición.
—¡Ven mamá, ven! ¡Verás cómo toco las nubes!
Ni tiempo tuvo para responder. El niño ya había salido corriendo por la puerta. Se levantó despacio y se dirigió hacia la ventana para ver mejor. Con el paraguas sobre los hombros, el pequeño se agachaba para tocar, con mucho cuidado, el reflejo de las nubes que, sonrientes, lo saludaban desde un charco.
Ana Centellas. Enero 2019. Derechos registrados.

*Imagen tomada de la red (editada)

¡Precioso relato, Ana! ¡Muy emotivo!
Un abrazo y buen finde.
🙂
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Gracias!!! Feliz domingo 😘😘😘
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Bello relato, Ana, me emocionó!!!
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Muchísimas gracias!! Que tengas un día estupendo 😘😘😘
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da gusto leerte por lo bueno que son tus relatos. Un buen fin de semana.
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Millones, millones, millones de gracias ☺️ Feliz domingo 😘😘😘
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Y así, mirando el charco, fue como me emocioné con este relato, querida Ana. ¡Gracias!
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🤗🤗🤗🤗
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