
Once años, cuatro meses y diecisiete días
No puedo creer que haya resultado tan fácil. Después de meses de minuciosa planificación, la facilidad pasmosa con la que se ha visto resuelto mi plan resulta casi decepcionante. De cualquier manera, la adrenalina fluye ahora mismo por mis venas como un fórmula 1 en un circuito de carreras. El sudor me recorre el cuerpo y me encuentro tan excitado que siento unas irrefrenables ganas de gritar, pero sé que no debo hacerlo o echaría por tierra todos mis esfuerzos. He de ser cauteloso, pero me siento tan bien que tengo que hacer unos esfuerzos sobrehumanos por contenerme. Me siento bien, joder. Me siento jodidamente bien.
Once años, cuatro meses y diecisiete días. Ese es el tiempo que he permanecido recluido en la prisión de máxima seguridad que ahora mismo veo desde fuera, parapetado tras unos arbustos a una distancia más que prudencial. Once años, cuatro meses y diecisiete días en los que no he alcanzado a ver nada más que el pedazo de cielo que recubría el cuadrado de tierra que teníamos por patio. Once años, cuatro meses y diecisiete días sin ver el mar, algo que, para un marino como yo, resulta prácticamente insoportable.
Ahora que ya estoy en la costa, contemplando en la distancia las luces del continente, comprendo que es muy corto el trayecto que me separa de mi total libertad, pues si permanezco aquí por más tiempo terminarán encontrándome. Tengo que salir de la isla lo antes posible, esta misma noche, mucho mejor antes de que se den cuenta de que no estoy en mi celda y den la voz de alarma. Son solo unos kilómetros los que me separan de mi libertad. Unos cuantos kilómetros de océano, de aguas heladas, tortuosas, aunque a simple vista parezcan irradiar esa calma que tan engañosamente refleja la luz de la luna. Sé que es un espejismo y que la travesía no va a ser fácil. Solo cuento con la fuerza de mis brazos y piernas, pero estoy completamente seguro de poder conseguirlo. Han sido once años, cuatro meses y diecisiete días preparándome para este momento. Mi musculatura no puede estar más en forma.
Vuelve a dispararse la adrenalina en mis venas, el corazón martillea con fuerza en el interior de mi pecho y, con un ahogado grito que no altera para nada el silencio de la noche en la isla, me sumerjo en el agua.
Son solo unos pocos kilómetros. Eso no es nada cuando lo que está en juego es mi total libertad. Aunque sea en la clandestinidad.
Ana Centellas. Enero 2019. Derechos registrados.


Un relato convincente para leerlo con avidez. Muy bueno el tema para disfrutar su lectura. Un buen viernes para ti y tus buenas letras.
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¡Vaya! Qué conmovedor.
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