Lee de mi cuerpo,
sigue mis líneas,
mis torcidos renglones
por los que se escapan los suspiros
almidonados bajo suaves sábanas
que no dejan pasar la luz.
Lee en mis entrañas
el mensaje secreto
que escondo entre mis piernas,
ve pasando las páginas escritas
con la tinta invisible e indeleble
de mi propia excitación.
Recréate en la lectura
de todas mis expresiones
cuando con tu pluma llenas
los espacios en blanco que alberga mi cuerpo
escribiendo sin pudores
todo lo olvidado en los recodos de tus fantasías.
Lee de mi cuerpo,
sigue mis líneas,
no me dejes en blanco,
escribe en mi ser.
Ana Centellas. Septiembre 2018. Derechos registrados.
Vestí mis ganas de ti
con traje de terciopelo,
me disfracé de pecado
concupiscente y salvaje
entre sábanas de raso
y silencié a mi inocencia
con mordaza de veneno.
Por ti inmolé mi pureza
sofocándola en benceno.
Ana Centellas. Febrero 2019. Derechos registrados.
Una noche soñé que soñando
soñaba contigo
y en mis sueños perdí la cordura
por verte algún día
soñando conmigo.
Te sentí tan distante en mis sueños
que por un momento
deseé no volver a soñarte,
sacarte de un limbo
que se me hizo eterno.
Pero dentro del sueño soñé
que volví a soñarte
y en tus brazos yo me acurrucaba
riendo entre sueños
por no despertarte.
Una noche soñé que soñando
al final me amabas,
ya no quise jamás despertar
y soñando contigo soñé
que tú me soñabas.
Ahora que
el cansancio acumulado por el paso de la vida me ha obligado a hacer un alto en
el camino, voy a dejar que se escuche el rugido que emiten mis huesos al chocar
contra el suelo. Ojalá llegue hasta los oídos de quien, en un atisbo de
sabiduría, pueda transmitir a mis congéneres el mensaje que mi vieja osamenta
me está recordando: en este mundo, en esta historia, no vivimos, solo volamos.
Comparto con vosotros mi aportación al Reto cinco líneas del mes de mayo, del blog de Adella Brac. Las palabras de este mes son: huesos, volamos, rugido.
La vi
venir sonriente, como si trajese consigo la mejor noticia del mundo. Sin
embargo, cuando llegó hasta mí, sus palabras me dejaron helado.
—Ha
muerto —me dijo, con los ojitos brillantes por la emoción.
No supe
qué decir ante semejante contradicción. Realmente parecía ver ilusión en su
mirada. Haciendo acopio de fuerzas, al final le pregunté, con temor:
—¿Quién
ha muerto?
Me
dirigió una amplia sonrisa cargada de ilusión. Sí, era ilusión. El estómago me
dio un vuelco, hasta que la escuché contestar:
—El
verano. ¿No lo ves? Ya es otoño. Está todo precioso.
Creo que
nunca antes había sentido un alivio semejante.
Ana Centellas. Febrero 2019. Derechos registrados.
No puedo
creer que haya resultado tan fácil. Después de meses de minuciosa
planificación, la facilidad pasmosa con la que se ha visto resuelto mi plan
resulta casi decepcionante. De cualquier manera, la adrenalina fluye ahora
mismo por mis venas como un fórmula 1 en un circuito de carreras. El sudor me
recorre el cuerpo y me encuentro tan excitado que siento unas irrefrenables
ganas de gritar, pero sé que no debo hacerlo o echaría por tierra todos mis
esfuerzos. He de ser cauteloso, pero me siento tan bien que tengo que hacer
unos esfuerzos sobrehumanos por contenerme. Me siento bien, joder. Me siento
jodidamente bien.
Once
años, cuatro meses y diecisiete días. Ese es el tiempo que he permanecido
recluido en la prisión de máxima seguridad que ahora mismo veo desde fuera,
parapetado tras unos arbustos a una distancia más que prudencial. Once años,
cuatro meses y diecisiete días en los que no he alcanzado a ver nada más que el
pedazo de cielo que recubría el cuadrado de tierra que teníamos por patio. Once
años, cuatro meses y diecisiete días sin ver el mar, algo que, para un marino
como yo, resulta prácticamente insoportable.
Ahora que
ya estoy en la costa, contemplando en la distancia las luces del continente,
comprendo que es muy corto el trayecto que me separa de mi total libertad, pues
si permanezco aquí por más tiempo terminarán encontrándome. Tengo que salir de
la isla lo antes posible, esta misma noche, mucho mejor antes de que se den
cuenta de que no estoy en mi celda y den la voz de alarma. Son solo unos
kilómetros los que me separan de mi libertad. Unos cuantos kilómetros de
océano, de aguas heladas, tortuosas, aunque a simple vista parezcan irradiar
esa calma que tan engañosamente refleja la luz de la luna. Sé que es un
espejismo y que la travesía no va a ser fácil. Solo cuento con la fuerza de mis
brazos y piernas, pero estoy completamente seguro de poder conseguirlo. Han
sido once años, cuatro meses y diecisiete días preparándome para este momento.
Mi musculatura no puede estar más en forma.
Vuelve a
dispararse la adrenalina en mis venas, el corazón martillea con fuerza en el
interior de mi pecho y, con un ahogado grito que no altera para nada el
silencio de la noche en la isla, me sumerjo en el agua.
Son solo
unos pocos kilómetros. Eso no es nada cuando lo que está en juego es mi total
libertad. Aunque sea en la clandestinidad.
Hay días en los que buscas la
inspiración
como si fueras Bukowski
y los hielos de tu copa te devuelven el reflejo
de una copia barata de algún poema olvidado
que resucita sin gloria
sobre el papel arrugado de otra servilleta más.
Hay día en los que la tinta de tu pluma
naufraga en alcohol barato
y se mece con las notas musicales de algún blues,
llora lágrimas de versos inconexos,
vacíos y sin sentido,
sobre la barra mojada y caliente del último bar.
Hay días en los que las musas se bañan en perfume de saldo,
que sus manos te acarician sin pudores por encima del pantalón,
y tú te dejas hacer embriagado en los sudores
de tu plañidera pluma
que apura el verso terminal de tu último poemario.
Ya solo queda el llanto
desnudándose en la noche.
No debieras envidiar mi fortaleza
construida golpe a golpe de destino
ni sufrir cuando me mudo a mis silencios
desterrada y con el semblante fiero
de un alma que ya no se vende por dinero.
No debieras anhelar mi feroz fuerza
ni admirar la entereza de mis pasos
sin saber la procesión que va por dentro,
que en el polvo del camino hundí mis huesos
y en la forja de la vida me hice hierro.
Entre las sombras a contraluz
que recorren nuestro cuarto
te observo
sostener entre tus manos
el grafito con que trazas
la silueta sedienta
de mi cuerpo aún desnudo.
Una gota de sudor se desprende
de tu espalda
mientras dibujas mi alma
después de haber sucumbido
al cálido aliento de tus susurros,
de tu respiración agitada
despertando mis sentidos.
Ven,
suelta el lápiz y el papel,
ven a recorrer mi cuerpo,
respírame en tu silencio,
y dibújame con tenues trazos
de caricias sobre mi piel.
Ana Centellas. Septiembre 2018. Derechos registrados.
Todos esos fantasmas que planean sobre mí todas las noches son las sombras de las dudas que me envuelven y me agitan por el día. Son cobardes, traicioneros, y aprovechan mi descanso para cernir sus espectros siempre que bajo la guardia.
Algunos
llevan tu nombre. Otros, sin más, se pasean por mi cuarto vestidos de
anonimato, creyendo que de esta forma no los voy a descubrir. Los más astutos
van lentos, se ríen a carcajadas mientras les miro la cara sin saber si de
algún modo yo les podría espantar. Otros, en cambio, van raudos y pasan sin
detenerse, no vayan a ser reconocidos en algún extraño momento que tenga de
lucidez. Y todos visten de oscuro, para perderse en las sombras y evitar al
centinela que hace ya bastante tiempo coloqué en la entrada de mi guarida sin
voz.
Piensan
que les tengo miedo, que cuando cierro los ojos es para no verles el rostro o
que en mi ingenua locura creyese que de este modo fuesen a desaparecer, como
hacía cuando era niña y cubriendo mi cabeza lograba cerrar la puerta del
armario donde alguno ya tenía su escondite.
Solo te
daré un consejo, no intentes jamás detenerlos, que nunca han sido partidarios
de aceptar ese tipo de intromisión. Son mis fantasmas. Nos entendemos. Ya lucho
yo con ellos.