A letras con los lunes: «Germinación»

Germinación

Hacía meses que tenían que haber nacido, tantos, que ya nadie se acordaba de ellas. Quedaron olvidadas sin remedio, a la intemperie, relegadas a un oscuro rincón donde el frío y la oscuridad reinaban a sus anchas. Nadie se acordó de cuidarlas, de mimarlas, de aportarles un poquito de calor. Lejos quedaron la ilusión y las atenciones de los primeros días, cuando vivieron un sueño tan bonito en el que eran el centro de todo cuidado.

Eran varias y os puedo asegurar que todas, sin excepción, tenían miedo. Yo las acogía en mi seno con la mayor diligencia posible, con todo el cariño de que fui capaz, pero aquel invierno estaba siendo especialmente duro y una persistente sequía tampoco nos ayudaba nada. Aun así, en ningún instante tiré la toalla, pues sabía que en algún momento llegarían tiempos mejores. Como así fue.

La primavera llegó casi por sorpresa unas semanas antes de lo previsto, como si intuyese que de ella dependía la supervivencia de las pequeñas. Después de tantos días de frío intenso, aquella ligera subida de las temperaturas fue algo así como encontrar un oasis en un desierto. Los rayos de sol, aunque tenues y vergonzosos, llegaban hasta mí y yo los acogía a todos con agrado, procurando un ambiente más cálido para que ellas tuviesen un refugio un poco más acogedor.

A los pocos días ocurrió lo que llevaba tanto tiempo esperando. La llegada de las primeras lluvias supuso un punto de inflexión en todo aquel proceso de guarda y custodia al que estaba dedicada desde hacía meses. Las gotas caían sobre mí casi con ternura y yo me empapaba de ellas, las absorbía todas con esmero para que mis pequeñas tuviesen todo aquello que precisaban.

Yo guardaba nutrientes en mi interior, lo sabía. Los había estado almacenando durante todo este tiempo junto a ellas, en el lugar más resguardado y protegido del frío, para poder utilizarlos cuando llegara el momento. Y ya había llegado. Dejé que la magia se obrara.

Poco a poco, con timidez, los primeros brotes comenzaron a salir de mí, deseosos de que la luz del sol les diese un cálido baño después de tanto tiempo aislados en oscuridad. Animadas por estos, las demás hicieron lo mismo. Fueron perdiendo el miedo que las había arrinconado y saliendo a la luz, hasta que me cubrieron por completo. Nunca antes me había sentido tan bien, la sensación de bienestar en mí era plena.

No os podéis imaginar la alegría y el orgullo que sentí cuando María, la niña que las había depositado en mí tiempo atrás, me mostró su carita sonriente y, a voz en grito y con algarabía, le decía a su madre:

—¡Mamá, mamá! ¡Han brotado! ¡Las semillas que sembramos han brotado!

Hoy me siento verdaderamente como una madre: la madre tierra.

Ana Centellas. Enero 2019. Derechos registrados.

Germinación by Ana Centellas is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.

*Imagen: Pixabay.com (editada)

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Publicado por Ana Centellas

Porque nunca es tarde para perseguir tus sueños y jamás hay que renunciar a ellos. Financiera de profesión, escritora de vocación. Aprendiendo a escribir, aprendiendo a vivir.

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