
La noticia
El cuarto quedó en absoluto silencio, solo interrumpido por el sonido desacompasado de las respiraciones. Una mosca cruzó la habitación emitiendo un zumbido que en cualquier otro momento hubiese pasado desapercibido, pero que, en aquellos instantes, a todos les pareció demasiado ruidoso. Una sonrisa apareció de soslayo en el rostro de Álvaro. Por su mente había pasado de manera fugaz un pensamiento que solía tener de niño cuando se hacían aquellos silencios, en ocasiones cómodos, en otras no tanto. Ha pasado un ángel, pensó.
Su mirada se cruzó durante un instante con los ojos azules de Sofía, tan claros y transparentes que casi podía adivinar a través de ellos cuáles eran sus pensamientos. Pudo ver la duda en ellos, junto con un resto de algún trasfondo más oculto que no supo bien identificar. Miedo, quizás. De manera automática, su mano se posó sobre la de la muchacha, que también sonrió con timidez.
Álvaro trató de identificar la, en apariencia, inescrutable expresión que en los ojos de su padre se podía apreciar en aquellos momentos. El rictus de su boca se mostraba tan severo como cuando, no tantos años atrás, regresaba a casa en la madrugada y se topaba con él, que en silencio esperaba su llegada frente al café solo y amargo de su desayuno. Por instinto, su mirada se desvió de la suya tal y como hacía entonces, en busca de otra que mostrase un ápice mayor de comprensión y se topó con los ojos cansados de su madre, de los que una pequeña lágrima trataba de escapar de la prisión en la que parecían querer encarcelarla unas prematuras arrugas. Una única lágrima. ¿De tristeza? ¿O de alegría tal vez? Fue incapaz de adivinarlo.
Solo habían transcurrido dos escasos minutos desde que Sofía y él, con las manos entrelazadas en un fuerte amarre, les habían dado la noticia que tan emocionados les tenía a ambos, pero en su interior fueron tan pesados como si el reloj hubiese avanzado varias horas. Álvaro se encontraba preparado para sortear el sermón que, con total seguridad, les propiciaría su padre e incluso la más que probable emoción de su madre, pero no se sentía presto para aquel mutismo al que no lograba encontrar una explicación. Estaba de acuerdo en que quizás eran demasiado jóvenes, pero, a su juicio, habían demostrado con creces que contaban con la madurez suficiente para afrontar lo que les venía. Al fin y al cabo era una buena noticia, ¿no? Decidió interrumpir el paso de aquel ángel que portaba un silencio tan incómodo.
—Decid algo, por favor.
Su propia voz le sonó extraña en sus oídos al pronunciar aquellas escasas palabras y vio cómo los ojos de Sofía se cerraban con una flema que pocas veces había visto en ella. La última sílaba aún colgaba de sus labios, un tanto temblorosos, cuando, al fin, sus padres reaccionaron ante la situación.
Su padre se levantó como un resorte del sillón en el que había permanecido inmóvil hasta ese momento y la lágrima suspendida de los ojos de su madre por fin se precipitó rodando por una mejilla que ya había retomado su color. Álvaro se había preparado para todo tipo de reacciones, pero no para aquella que, si bien había fantaseado con ella, le pilló por completo desprevenido. Los brazos de su padre le rodearon con fuerza y, también con lágrimas en los ojos, le preguntó al oído, casi en un susurro:
—¿Es verdad, hijo mío?
—Sí, papá, vas a ser abuelo.
Ana Centellas. Septiembre 2019. Derechos registrados.

*Imagen: Pixabay.com (editada)

Ay Ana…cada vez tu estilo es mas y mas sublime. Mantienes en vilo al lector, con cosas tan simples que generan no poca emoción. Brazo! Un cálido saludo.
Me gustaMe gusta
Reblogueó esto en Andando tras tu encuentro…y comentado:
Maravilloso!! Muchas gracias, Ana Centellas!
Me gustaMe gusta