
La nueva casa
Cuando me mudé a una casa nueva junto al mar todos mis amigos se mostraron entusiasmados. Poco pareció importarles la distancia que nos iba a separar, pues todos estaban más que dispuestos a venir a visitarme un fin de semana sí y otro también. «Nada va a cambiar, ya verás», me dijeron. Imagino que ellos pensaban en una bonita casa frente a la playa, con una impresionante terraza en la que dar fiestas noche tras noche. Comoquiera que fuese, viendo su buena disposición para venir a visitarme y teniendo en cuenta mi imperiosa necesidad de un cambio de aires, me quedé tranquilo y emprendí el viaje hacia mi nuevo hogar.
Tardé en instalarme lo que duró mi primer fin de semana allí. Me encantaba la casa, una gran construcción en dos alturas, acorde con el resto de viviendas de aquel pequeño pueblo, y rodeada de palmeras. Lo que más me gustó, de hecho, fue el estilo de la localidad, creado por sus propios habitantes, gente que, como yo, había huido de su vida en busca de un lugar tranquilo donde poder ser ellos mismos. Allí no existía el turismo ni los colores estridentes de los lugares de playa. Era, sin más, un pequeño pueblo de no más de cien habitantes, con tranquilas casitas construidas en piedra y con una localización tan singular como excepcional.
Recuerdo mi primera noche en la casa con la misma ilusión que un niño en su primer día de escuela. Una impresionante luna se cernía sobre el pueblo y el silencio solo se rompía por algún aullido espontáneo que bien podía proceder de un bosque cercano, pero que parecía instalado en el mismo pueblo. Por primera vez desde hacía mucho tiempo, me sentí libre y en paz.
Varios de mis amigos, movidos por mi entusiasmo y fieles a su promesa, vinieron a visitarme al siguiente fin de semana. Solo necesité ver sus rostros al llegar para darme cuenta de que aquel lugar no era tan especial para ellos como lo estaba siendo para mí. O sí, quién sabe, solo que de diferente manera. La cuestión es que jamás volvieron a visitarme. El resto de mis amigos, después de hablar con ellos, ni siquiera hicieron el intento. Atrás quedaron aquellas promesas lanzadas con tanto entusiasmo al aire.
Si tengo que ser sincero, no comprendo su aprensión hacia este lugar, pero siempre he sido una persona que respeta las decisiones de los demás. Quizá sea por el cementerio que hay situado a la espalda de mi casa, por la gran luna que se muestra siempre llena en el cielo o por el carácter reservado de los vecinos que, como yo, disfrutan de la soledad y del silencio de las noches. Yo, desde luego, no puedo estar más contento con mi cambio de vida, sobre todo cuando el cielo se oscurece y, siendo yo por mismo por fin, subo al tejado a aullarle a la luna llena.
Ana Centellas. Octubre 2019. Derechos registrados.

*Imagen tomada de la red (editada)

Qué bueno y original relato Ana.
Tranquilos si son los vecinos, si.
Jejeje.
Un abrazo. 🌹🙋🏼♀️
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Qué más se puede pedir? 😄
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🤣🤣🤣🤫🙄
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