El relato del viernes: «Solo una vieja caja de zapatos»

Solo una vieja caja de zapatos

Desde el fondo del armario, la caja parece contemplar a Miguel con expresión amenazante, a juzgar por la mueca que se ha dibujado en el rostro del hombre en cuanto la ha visto. Parece inofensiva, una simple caja de cartón que en su día contuvo un par de zapatos que enamoraron a alguien desde un escaparate, pero solo él sabe que en su interior se encuentra la llave capaz de desatar un cataclismo en su interior. Hace años que no la ve, bien escondida tras decenas de prendas que jamás se pone. Pensar en ello le distrae por un instante, al darse cuenta del tiempo que ha pasado desde la última vez que revisó el armario y, por tanto, desde la última limpieza. Es un pensamiento tan fugaz que desaparece con la misma premura con la que ha llegado y su atención vuelve a la dichosa caja.

Miguel está a punto de volver a colocar todo lo que ha sacado del armario, cerrar la puerta y continuar con su vida como si nada, pero es incapaz de hacerlo. Ya la ha visto y, haga lo que haga, su desastre emocional ya ha dado comienzo, por lo que decide armarse de valor y tomarla entre sus manos. La coge con extrema delicadeza, como si se tratase de un tesoro de incalculable valor o si temiese que, al tocarla, se fuese a deshacer y colarse entre sus dedos como la arena de un desierto. La recorre con las yemas de los dedos con ternura, con infinita suavidad, acariciándola como si fuese su propia alma la que tuviese entre las manos.

Se sienta sobre la cama con la caja en el regazo. De pronto, se siente mucho más cansado, como si el paso de los años que hace que cerró aquella caja hubiese tenido lugar de golpe en los últimos minutos, desde que abrió el armario. Un suspiro se escapa de entre sus labios y llega hasta sus oídos como el ronroneo sordo de un anciano decrépito. Tiembla. En su cabeza comienza a fraguarse una incipiente jaqueca.

Miguel cierra los ojos y, sin permitirse un momento para pensar más en ello, abre la caja. Inhala con fuerza el aroma que asciende desde su interior, una mezcla en íntima infusión de recuerdos recién despertados y almizcle añejo por el paso de los años. La primera lágrima ya desciende por su mejilla antes incluso de llegar a abrir los ojos, delatando a la herida que, tras tantos años, no ha llegado a cerrarse jamás. Lo primero que ve es su fotografía, depositada con cuidado sobre un puñado de cartas amarillentas envueltas con la cinta de raso que hace tanto tiempo se ciñó a un bello ramo de novia.

La habitación desaparece y Miguel vuelve a encontrarse frente a Julia. Su mirada se pierde en el interior de aquella preciosa sonrisa que tanta vida albergaba. Por un instante, todos sus planes juntos vuelven a tomar cuerpo, como si nunca hubiesen dejado de existir. Los sonidos de la feria llegan hasta sus oídos con una nitidez absoluta. Quiere besarla, pero se limita a tomar aquella fotografía, la última, como si el destino, en un ataque de generosidad, le hubiese permitido aquella concesión para el recuerdo.

—Miguel, ¿has encontrado el jersey?

La voz de Rosa lo devuelve de súbito a la habitación. Cuando quiere ser consciente de ello, es ya un reguero el que forman las lágrimas escurriéndose por su cara y vertiéndose sobre el viejo papel fotográfico. Cierra la caja con ímpetu.

—Todavía no, cariño —alcanza a decir.

Rosa entra en la habitación para encontrar a un Miguel encogido, minúsculo  y cubierto de lágrimas. Se sienta a su lado y lo envuelve con cariño con su brazo.

—¿Qué pasa? ¿Por qué estás así, mi amor? ¿Qué es eso?

—Nada, es solo una vieja caja de zapatos.

Los recuerdos, una vez más, volvieron a esconderse, sin hacer ruido, en el fondo del armario.

Ana Centellas. Noviembre 2019. Derechos registrados.

https://www.copyrighted.com/work/NNoMVYeF5Hti3PWU

*Imagen tomada de la red (editada)

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Publicado por Ana Centellas

Porque nunca es tarde para perseguir tus sueños y jamás hay que renunciar a ellos. Financiera de profesión, escritora de vocación. Aprendiendo a escribir, aprendiendo a vivir.

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