
El primer contrato
—¿Y cuántos años de experiencia en el sector dice usted que tiene?
La pregunta fue lanzada al aire como un dardo cargado de veneno. Melisa se revolvió inquieta en la silla. Fue algo fugaz, apenas perceptible para alguien que no fuese ella misma. Esbozó una de sus mejores sonrisas antes de contestar, con seguridad y aplomo:
—Algo más de tres años.
Observó cómo la persona que tenía delante formaba una mueca un tanto cómica en sus labios, mientras ojeaba los papeles que tenía sobre la mesa, que contenían su currículo. Se trataba de tres extensas hojas en las que aparecía reflejada toda la formación que había recibido a lo largo de su vida, así como su supuesta experiencia laboral. La mujer pareció detenerse unos segundos en la primera hoja, la que contenía sus datos personales, previsiblemente comprobando su fecha de nacimiento.
Por primera vez, Melisa sintió cómo la incomodidad se iba apoderando de ella y cómo una intensa sensación de incertidumbre le colmaba el ánimo. Aprovechó que la mirada de aquella mujer no estaba posada en ella para relajar por un momento la falsa sonrisa con la que llevaba lidiando durante toda la entrevista en su rostro. La recompuso justo a tiempo antes de que aquel par de ojos cubierto por unas elegantes gafas de pasta negra volviesen a fijarse en ella, observándola por encima de las monturas con expresión de incredulidad.
Quizá había sido demasiado ingenua al elaborar aquel documento y no tenía que haber incluido tantos años de experiencia laboral. De hecho, apenas sí había transcurrido el tiempo suficiente desde que terminó los estudios para afrontar aquel bagaje que había plasmado en aquellos inocentes folios. Aunque, si se detenía a pensarlo con frialdad, tampoco era tan inexacto. En realidad, sí tenía más de tres años de experiencia en el sector. Habían sido tres largos años en los que había visto cómo se le cerraba una puerta tras otra precisamente por no tener experiencia. Tres años en los que las férreas ilusiones del principio se habían ido disolviendo poco a poco para ir dando paso a una lenta y bizarra frustración. Tres años de intenso trabajo para demostrar su valía ante decenas de personas sin escrúpulos que no tenían ningún reparo en desestimar su esfuerzo y sus conocimientos. En definitiva, sí tenía tres años de experiencia. En lo que hubiese ocupado esos tres años, en última instancia, carecía de interés para el caso. Casi se podía considerar como una pequeña mentira piadosa.
Después de aquellas reflexiones, la seguridad de Melisa volvió a ser la misma del momento en que saludó a aquella persona por primera vez con un fuerte y profesional apretón de manos. La sonrisa se mantuvo firme en su rostro y su mirada sostuvo en todo momento a la de la mujer que tenía frente a sí. Ni siquiera le tembló el más mínimo músculo cuando aquella retomó la palabra:
—Entonces, no tendrá ningún inconveniente en realizar una pequeña prueba para que pueda valorar su capacidad, ¿verdad?
—Por supuesto —respondió, con una determinación apabullante.
Se quedó sola en la sala mientras se enfrentaba a la primera oportunidad que se le daba desde que, esperanzada, había comenzado aquel interminable periplo de infructuosas entrevistas laborales. Aquella mañana se jugaba mucho más de lo que a simple vista parecía. No podía fallar y no lo hizo.
Un trabajo perfecto fue el que recibió la entrevistadora de parte de Melisa, sin ningún error y con el esmero y la cuidada presentación que caracterizaban a un buen profesional del sector. No tuvo más remedio que acallar sus dudas acerca de la veracidad de los datos que aquel currículo le mostraba. Necesitaba a aquella chica en su equipo y la necesitaba ya.
La sonrisa de Melisa jamás había sido tan sincera como la que mostraba instantes después, mientras rubricaba con pulso firme su primer contrato de trabajo.
Ana Centellas. Diciembre 2019. Derechos registrados.

*Imagen: Pixabay.com (editada)
