
Empezar de cero
Llegó a la cabaña al borde de la hipotermia, con los labios temblorosos y con un preocupante tono azulado. Las ropas estaban caladas, a pesar de que el temporal no había traído lluvia, únicamente el viento azotaba con fuerza todo lo que encontraba a su paso. La nieve que pendía de las ramas de los árboles salía disparada como proyectiles de guerra que impactaban contra su cuerpo, dejándolo totalmente empapado. Sentía cómo el agotamiento hacía mella en sus doloridos músculos y parecía como si no fuese a ser capaz de dar un solo paso más. Por eso, cuando vio en la lejanía una tenue luz que resplandecía entre la oscuridad más absoluta, creyó estar ante un auténtico milagro. Las fuerzas que sacó de donde parecía que ya no quedaban fueron las que le salvaron de una muerte segura.
Estaba oculta en la inmensidad del bosque y solo podía intuir el destello de una luz a través de las frondosas ramas de los abetos, pero no cabía duda de que estaba allí. A partir de ese instante, todo su empeño se dirigió a recorrer una distancia que parecía agrandarse a cada sacrificado paso que daba. Cuando al fin llegó, tuvo que hacer un esfuerzo descomunal para no caer rendido en el mismo umbral. Golpeó en la puerta con desesperación, pero nadie respondió. Angustiado, rodeó la cabaña agarrándose a las paredes hasta que localizó una ventana por la que observar el interior. Un cálido fuego crepitaba en la chimenea y algo se agitó en su interior como si hubiera visto un oasis en el mismísimo desierto. Por lo demás, no parecía haber nadie en la casa.
Regresó al umbral y volvió a aporrear la puerta con los puños, esta vez con la renovada fuerza que otorga estar rozando la salvación con la yema de los dedos. Ninguna respuesta vino del interior, solo el ulular del viento entre los frondosos árboles llegaba hasta sus oídos, dando a la noche una apariencia aterradora. Sin pensarlo mucho, giró el pomo de la puerta y esta cedió sin mayor esfuerzo. Parecía estar esperándolo.
Accedió al interior de lo que parecía ser una cómoda casa de una sola estancia, completamente equipada. Le extrañó no haberla visto antes. Eran muchos años recorriendo aquel bosque y nunca había visto ninguna construcción por los alrededores, pero como hacía varios meses que no salía de excursión pensó que, quizás, la habrían instalado después de su última visita o la habrían construido con inusitada rapidez. Tampoco estaba en situación de hacerse preguntas. Igual que tampoco le importó no hallar a ninguna persona en el interior. Solo le importaba ponerse a resguardo, acurrucarse junto al fuego y salvarse de la hipotermia.
Una vez que se hubo caldeado, rebuscó en los armarios en busca de algo para comer. Para cuando hubo saciado su hambre, seguía sin aparecer nadie por la casa. Se tumbó en el cómodo sofá, se envolvió con una cálida manta y se dispuso a aguardar a que regresase el dueño de la cabaña para explicarle la situación. En menos de lo que hubiese esperado, se quedó plácidamente dormido.
Se despertó sobresaltado a la mañana siguiente. Del fuego de la noche anterior apenas quedaban unas brasas que languidecían en el hogar. El silencio era tan intenso que podía, incluso, escuchar los latidos de su propio corazón. No había ni rastro de persona alguna. Pero, la mayor sorpresa la encontró cuando salió al exterior.
Ni rastro quedaba del bosque por el que deambuló la pasada noche, al igual que tampoco quedaba ni rastro de la nieve que tan malos ratos le había hecho pasar. En su lugar, un sol radiante resplandecía sobre una extensa campiña cubierta del verde más intenso que había visto jamás. Se frotó los ojos, como si tratase de borrar el espejismo que tenía ante ellos. Pero, en lugar de asustarse, sonrió. Quizá era la oportunidad perfecta para comenzar una nueva vida, esta vez, desde cero.
Ana Centellas. Marzo 2021. Derechos registrados.


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