
Consumación celestial
-¿Por qué nunca quieres estar conmigo? -le preguntó la noche al día, extremadamente zalamera, durante ese breve momento en que, cada día, podían coincidir.
-¿Por qué dices eso?- le contestó el día, extrañado.
-Siempre que nos vemos te vas corriendo. Creí que me querías-. La voz de la noche cada vez se iba tornando más sensual.
-¿Cómo puedes siquiera pensar eso? ¡Llevo siglos amándote!- respondió el día, herido infinitamente en su amor propio.
-Pero siempre te alejas de mí…- La noche se iba acercando cada vez más al día, contoneándose, faltaban pocos minutos para el amanecer y no podía perder el tiempo. -Yo también te amo, ¿no crees que ya es hora de sellar nuestro amor? Llevo toda la eternidad esperando este momento…
El día comenzó a estremecerse, gotas de sudor resbalaban por su frente. Jamás había visto a la noche tan seductora como aquella vez. A pesar de llevar siglos amándose en silencio, apenas podían compartir unos escasos momentos al amanecer y al anochecer. Él tampoco quería esperar más a que llegase aquel instante tan deseado por ambos.
¿Cómo era posible que el día y la noche pudieran sentir un deseo tan carnal el uno por el otro? Un deseo que llevaba demasiado tiempo avivándose en el interior de ambos.
La noche estaba a solo un paso del día, consciente de que apenas quedaban unos escasos segundos para que volviera a desaparecer y habrían desaprovechado otra oportunidad de oro.
El día la contempló, tan hermosa, desnuda completamente en su oscuridad y se abalanzó sobre ella. Juntaron sus cuerpos etéreos, el de él abrasando al de ella, el de ella enfriando al de él. ¡Qué sensación tan grandiosa! Fundidos en mil besos, el día y la noche, por fin, pudieron consumar su amor, durante tantos siglos escondido. Y unieron sus cuerpos, mientras el universo entero era partícipe de las locuras de los eternos enamorados.
Día y noche, noche y día, fundidos en uno solo, provocaron una gran explosión en el universo. Miles de estrellas fugaces recorrían el firmamento, celebrando por fin la unión celestial de los dos enamorados. Pequeñas explosiones a su alrededor comenzaron a formar nuevas estrellas que harían aún más exquisita a la noche. Los fulgores del día refulgían en todo su esplendor, deseando que no acabase nunca ese momento.
Cuando la unión del día y la noche alcanzó su punto más álgido, un éxtasis del más puro placer recorrió el firmamento entero, creando una gran explosión de colores, destellos y fulgores.
-He de irme-, dijo, vergonzosa, la noche tras la mística experiencia vivida.
-No te vayas, por favor, ahora no-, le imploró el día. -No puedes dejarme ahora, no soportaré el momento de volver a verte.
Noche y día se fundieron en un cálido abrazo. El firmamento esperaba la aparición estelar del día, como cada mañana, y las estrellas querían refugiarse en la cálida oscuridad de la noche. Aun así, la noche fue incapaz de desatender los deseos del día, presa también de un deseo desbocado. Y día y noche volvieron a unirse con lentitud, disfrutando cada caricia después del deseo ya satisfecho, y el nuevo éxtasis provocó la más profunda oscuridad del cosmos entero, causando el mayor eclipse nunca visto en millones de años.
Desde entonces, cada cierto tiempo, día y noche vuelven a sucumbir a sus deseos de enamorados. Nada es imposible en el universo. Cada eclipse que encontréis, cada lluvia de estrellas, cada color extraño en el cielo… son suspiros de placer de los eternos enamorados.
Ana Centellas. Octubre 2016. Derechos registrados.


El éxtasis de la creación solo puede engendrar belleza.
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