
Lola y el monstruo grandullón
Lola era una pequeña niña de cinco años, tan normal como cualquier otra niña de cinco años, habladora, inquieta, curiosa… Siempre estaba deseando ir al parque a jugar a la salida del colegio, como el resto de los niños. Y odiaba las verduras, como cualquier otro niño de su edad.
Tenía el pelo negro, tan negro como la noche, y unos grandes ojazos azules que dejaban impresionados a todo el mundo. Odiaba las faldas, ella quería llevar siempre pantalones, para poder subir y trepar por los columpios a su antojo.
El problema que tenía Lola llegaba por las noches. Después de cepillarse los dientes, cuando su mamá le llevaba a acostarse a su habitación, decorada de princesas, Lola nunca quería alejarse de ella. «Léeme otro cuento, porfa, mami», le decía a su mamá. Y así pasaban un buen rato, su mamá leyéndole cuentos y ella retrasando el tan temido momento del beso de buenas noches.
Y es que Lola estaba convencida de que en su habitación había un monstruo. Todavía no había conseguido encontrar dónde se ocultaba, pero ella sabía que lo había. Podía escuchar sus ronquidos durante las noches, y por la tarde, cuando volvía de la escuela, algunos de sus juguetes estaban cambiados de sitio. Al principio pensó que los habría movido su mamá, pero desde el día en que descubrió aquellos curiosos ronquidos por la noche, estaba realmente convencida de que había un monstruo en su habitación.
Una noche, después de leer el décimo cuento, su mamá le preguntó:
– ¿Qué pasa, cariño? ¿Por qué no quieres que me vaya?
Lola se encogió en la cama, se abrazó las piernas cubiertas con su pijama de lunas y estrellas y, con la mirada baja, le susurró a su mamá:
– Porque en mi habitación vive un monstruo, mamá, y me da miedo quedarme a solas con él.
– Pero Lola, los monstruos no existen, eso ya deberías saberlo, eres una niña mayor de cinco años. – le contestó mamá tranquilamente con una sonrisa.
– ¡Que sí, mamá! ¡Que estoy segura! Además, ronca por las noches. – contestó Lola con la mayor seguridad del mundo.
Mamá, pacientemente, echó un vistazo a la habitación. Miró debajo de la cama, debajo de la alfombra, dentro del armario, en los cajones, incluso abrió la ventana para asomarse afuera. No quedó ningún sitio por revisar. Y el monstruo no apareció por ningún lado.
– ¿Ves Lola? Lo he revisado todo y no he encontrado ningún monstruo. Serán imaginaciones tuyas o lo habrás soñado, cariño. Venga, a dormir que ya es muy tarde y mañana hay cole. Buenas noches, mi vida, que descanses bien. -Le dio un beso en la frente, como hacía cada noche, y se marchó de la habitación apagando la luz.
Lola se acurrucó en su cama, como todas las noches, y después de un buen rato pensando, decidió demostrar a su mamá que realmente había un monstruo en su habitación. A oscuras, tanteando, sacó de uno de los cajones de su mesilla una pequeña linterna. Y salió de su cama decidida a encontrar al monstruo mientras la encendía.
No le costó mucho tiempo ni esfuerzo, pues al agacharse debajo de su cama y alumbrar con la linterna, lo encontró. Agazapado en un rincón había un enorme monstruo de color verde, tan grandullón que Lola no se imaginaba cómo podía caber allí debajo. Estuvo a punto de dar un grito, de puro miedo y para alertar a sus padres, pero aquel monstruo tan grande le habló con una voz tan dulce como grave:
– Ssshhh, no grites Lola. ¿Por qué me tienes miedo?
– ¿Cómo no te voy a tener miedo si eres un monstruo? – le contestó Lola con todo su razonamiento de una niña de cinco años.
– No todos los monstruos somos malos, ¿sabes? Yo soy un monstruo bueno y he venido a cuidar de ti. Podemos jugar juntos, si tú quieres. – le contestó el monstruo sin atreverse a salir de su escondite.
– ¿Y por qué no habías dicho nada hasta ahora? ¿Y por qué no te ha encontrado mi mamá? ¿Y por qué roncas tanto por la noche? ¿Y cómo puedes caber debajo de mi cama? ¿Y cómo te llamas? – Lola no paraba de lanzarle preguntas, intentado satisfacer su curiosidad de niña.
El monstruo salió con cuidado de debajo de la cama en toda su inmensidad. Realmente era muy grande, todo recubierto de pelo verde, con dos pequeños colmillitos que asomaban por su gran boca de monstruo y unos pies enormes. Le tendió la mano a Lola, esperando ganarse su confianza, y esta la tomó con cuidado. Se sentaron juntos en el borde de la cama y entonces fue cuando el monstruo le habló:
– ¡Cuánta curiosidad tienes, mi pequeña Lola! Sólo tú puedes verme, para los adultos soy invisible, ¡se creen que no existimos! Ya no recuerdan que cuando eran niños jugaban con nosotros… Mi nombre… ¡el que tú quieras!
– ¿Puedo llamarte como quiera? -preguntó Lola con emoción. Al ver que su nuevo amigo asentía, respondió – Pues te llamarás… te llamarás… ¡Ya lo tengo! ¡Te llamarás Grandullón!
Desde aquel momento, Lola y Grandullón se hicieron inseparables. Todas las noches jugaban juntos y Lola vivió con él estupendas aventuras. Juntos viajaron a otros planetas, Lola pudo tocar la estrella más brillante del firmamento e incluso ¡viajaron en el tiempo! Cada mañana, Lola le contaba a su mamá las espléndidas aventuras que había experimentado junto a su mejor amigo.
Durante años, Lola y grandullón fueron los mejores amigos. Pero la noche del día que ella cumplía catorce años, Grandullón le dijo con pena que se tenía que despedir de ella.
– ¿Pero por qué? – preguntó Lola con lágrimas en los ojos. – Eres mi mejor amigo, Grandullón, sabes que te quiero mucho.
– Lola, tú ya eres mayor y tengo que ir a cuidar a otros niños pequeños, hacerles felices como hemos sido tú y yo. De hecho, tendría que haberme ido hace tiempo, pero te tenía tanto cariño que he aguantado el máximo posible, ya no se me permite más…
– No te vayas, por favor. – Suplicaba Lola arropada en su cama.
– No temas, pequeña Lola. Sé que te olvidarás de mí, pero yo siempre te llevaré en mi corazón. -le dijo Grandullón dándole un cariñoso beso en la frente, antes de salir volando por la ventana del cuarto.
– ¡Nunca me olvidaré de ti, Grandullón! ¿Me oyes? Nunca me olvidaré de ti… – sollozaba Lola ya sola en su cuarto, mientras sus ojos se dejaban vencer por el sueño.
Reposó en un sueño tranquilo, sin interrupciones. Cuando se levantó a la mañana siguiente, toda su familia le recibió con un «¡Feliz cumpleaños!» y le entregaron montones de regalos. Sobre la mesa de la cocina había una deliciosa tarta con el número catorce sobre ella.
Cuando su mamá le preguntó qué aventuras había vivido con su monstruo aquella noche, Lola, sorprendida, respondió:
– ¿Pero qué dices mamá? Si sabes que los monstruos no existen…
Ana Centellas. Septiembre 2016. Derechos registrados.


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Cuento redondo 🥂👍🏼
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😘😘😘😘
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Precioso!!! Gracias por compartir. Saludos
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Gracias a ti por leerme! 😘
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Precioso relato. Qué pronto mudamos de opinión!
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