
Surcando las olas
Yo era un mar en calma. Era un mar tranquilo, sosegado, sereno. Los rayos de sol incidían sobre mí creando efectos dorados, plateados, de todas las tonalidades. Incluso en los días nublados se podía observar la serenidad de mis aguas.
Los peces nadaban tranquilos en todas direcciones, sin temer a nada, porque, yo, su mar, siempre estaba en calma. En mis profundidades albergaba preciosos arrecifes de coral donde se alojaban miles de criaturas preciosas, a sabiendas de la tranquilidad que encontrarían en mis aguas.
No penséis que siempre he sido así. Hace tiempo era un mar inquieto, que formaba pequeñas olas, sobre todo en los días nublados, en los que soplaba el viento y me viraba en mil direcciones, pero mis olas nunca llegaron a gran altura.
Un día descubrí que ser un mar en calma me hacía ser extraordinario. Todo el que se acercaba a mí, quedaba prendado de la bondad de mis aguas, encontrando un oasis de relajación donde en otros lugares sólo encontraban oleaje. Y yo era feliz. Los niños se adentraban en mis aguas sin temor y yo jugaba con ellos alegremente, sin proporcionarles ningún peligro. Todos disfrutábamos. Todos compartíamos mi calma.
Y yo me sentía orgullosa de ser así, tranquila, calmada, sin olas, serena. Es cierto que me relacionaba poco con los peces que habitaban en mis aguas, pero siempre les acogía con gusto, transmitiéndoles mi serenidad y ayudándoles en lo que pudiera.
Entonces por azar, por el destino, por simple casualidad, llámalo como quieras, llegaste tú, con tu flamante barco de bandera extranjera, y te adentraste en mis aguas. La velocidad a la que surcabas mis aguas desplazaba grandes olas a tu alrededor, y decidiste quedarte en mi mar. Cada día lo surcabas de norte a sur y de este a oeste, provocando en mí un oleaje que jamás había experimentado. Al principio intenté luchar contra ti, intentando serenar mis aguas después de tu paso. Lo conseguí durante bastante tiempo, mis aguas eran más duras de lo que parecían, eran resistentes y al instante borraban las huellas de tu paso por ellas.
Los niños seguían acercándose a mí, a jugar conmigo con sus grandes sonrisas llenas de ilusiones. Y yo les acogía como siempre, con mi calma, con mis juegos, con mis peces circulando a su alrededor. Durante años creí haberlo conseguido, haber conseguido superar el avance impetuoso de tu barco sobre mis tranquilas aguas, intentando generar altos oleajes que yo acallaba con todas mis fuerzas.
Fue tal el esfuerzo que hice, que un día ya no pude más. Me ganó la desidia, el desprestigio, la humillación de verme poco a poco convertida en un mar bravío. Niños y mayores se adentraban en mis aguas esperando encontrar la calma sempiterna de mi existencia, pero les recibía con grandes oleajes que les hicieron apartarse poco a poco de mí.
Mi calma se fue hacia el fondo, junto a los arrecifes de coral, hundida en las más profundidades de mi ser. Ya no podía ni sabía la manera de sacarlas de allí. Yo quería volver a ser aquel mar tranquilo y calmado que prodigaba serenidad. Pero tú no me dejabas con tu bravuconearía. Inspiraba y expiraba profundamente tratando de vencer el oleaje que se producía en mi superficie, pero no podía respirar. Trataba con todas mis fuerzas salir a la superficie, pero tus fieros impulsos hacían que fuese imposible para mí. Los corales se iban apagando, la violencia de las corrientes arrastraban a los pececitos en busca de otros mares más tranquilos. Y yo me sentí sola, qué curioso, un mar que se siente solo por haberle robado su tranquilidad, su autoestima, su manera de ser feliz. Y me di por vencida, en mi soledad de las profundidades, sin arrecifes de colores que me animaran a seguir luchando. ¿Quién iba a sacarme ahora de las profundidades donde me encontraba para volver a sentir la tranquilidad de mi superficie?
Sólo varias criaturas marinas permanecieron siempre a mi lado, ayudándome a luchar contra ti, poderoso barco de bandera extranjera, que utilizaste tus engaños para embaucarme, para que confiase en ti, para después arrastrarme a las profundidades y convertirme en un mar bravío que sólo buscaba la soledad.
Y junto a ellos, lucharé contra ti, poderoso barco, y por ellos saldré a flote, y cuando consiga echarte de mis aguas, volveré a recuperar mi calma habitual, mi felicidad, mis niños jugando con mis aguas y mis arrecifes de coral y peces de mil colores. Volveré a encontrar mi felicidad en mi calma.
Y no lo dudes, poderoso barco de bandera extranjera, porque te venceré. Porque los mares buenos siempre lo seremos, por más que nos quieran convertir en mares apáticos, antisociales y rabiosos. Y el día que consiga vencerte, sólo podré agradecer a mis fieles acompañantes toda la ayuda que me prestaron en el proceso.
Y volveré con mi antiguo resplandor, mi calma y mi espíritu juguetón, sabiendo que habré ganado la mayor batalla de mi vida. Porque sí, podré hacerlo, estoy segura de ello, y volveré a ser ese mar especialmente apacible, o más, donde los niños siempre quieran jugar.
Ana Centellas. Septiembre 2016. Derechos registrados.


El mar es vida, por eso siempre encontrará la solución a sus marejadas pasajeras. Pero que nadie lo provoque, porque cuando se encrespa puede ser impredecible.
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Volverás a la calma Ana. Volverás. Un abrazo muy grande.
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