El relato del viernes: Memories – «A través de las rejas»

A través de las rejas

Vivía en el balcón de enfrente. Cerca, muy cerca. La callejuela que nos separaba era tan estrecha que casi podíamos tocarnos las manos. Pero jamás lo hicimos. Las rejas de nuestros balcones siempre estuvieron ahí, impidiendo el contacto.

Yo lo ansiaba tanto como ella, desde niños. Regresaba del colegio con la ilusión de verla aparecer en el pequeño balcón. Allí estaba ella, siempre. Jugábamos mucho juntos, en la distancia que nos mantenía separados, pero también hablábamos mucho. Para cuando cumplimos los quince ya sabíamos todo el uno del otro y, sin embargo, no habíamos estado juntos jamás.

Esa amistad de balcón de nuestra niñez fue dando paso al amor sin que apenas lo notásemos. Volaban los te quieros entre los balcones, estirábamos los brazos todo lo que podíamos para poder sentir el contacto del uno con el otro. Sin embargo, nunca llegamos a hacerlo.

Éramos demasiado jóvenes para tener libertad y demasiado adultos para reconocer lo que queríamos. Durante todo este tiempo, nunca habíamos coincidido fuera del balcón. Yo moría por darle un beso. Ella, por recibirlo. En nuestra ingenuidad de adolescentes enamorados, pensábamos que un día aquellas verjas que nos separaban dejarían de estar allí, que podríamos fundirnos en un gran abrazo, unirnos en un beso y sentir el dulce contacto de piel contra piel. No podíamos estar más equivocados. El destino nos tenía preparado algo por completo diferente.

Una mañana, ella ya no se asomó al balcón. Estuve todo el día esperándola, deseando verla aparecer entre los barrotes que nos aprisionaban a ambos, muriendo por vomitar todo el amor que sentía dentro de mí. Sin embargo, ella no apareció. Ni ese día, ni los siguientes. Llegué a pasar noches enteras en vela asomado a mi pequeño balcón, sin entender qué ocurría, por qué ella había desaparecido de aquella manera. Mi alma se volvió taciturna, me encerraba en mi cuarto a escribir versos por ese amor perdido sin ni siquiera saber el motivo. Fue durante esa temporada cuando escribí mi primer poemario y elegí el que sería mi estilo de vida.

Cuando cumplí los dieciocho, yo era un muchacho bohemio, entristecido, carente de amistades. Dejé todo de lado por la poesía, encerrado en mi cuarto, a menudo apoyado en los barrotes que siempre me separaron de ella, a menudo buscando volver a verla aparecer en aquel  lindo balcón de la casa de enfrente. Dejé crecer mi pelo, mi barba, vivía de recitar poesía por entre los bares de la ciudad.

Aún no sé por qué tardé tanto en reunir el valor suficiente para preguntar por ella. Ya había cumplido los veinticinco y era un alma libre, un simple poeta sin grandes pretensiones que ahogaba sus males de amor en vasos de alcohol y mujeres de mala fama. Me creí curado de su ausencia. Puede que fuese ese el detonante para que me decidiese a acudir hasta su casa y preguntar por ella.

La respuesta que recibí, seca y cortante, como si no aceptaran a aquel joven de aspecto descuidado que se había presentado un día cualquiera en la puerta de aquella casa para preguntar por el pasado, me dejó un sabor agridulce. En menos de quince segundos aquella puerta ya se había cerrado ante mí. Agrio por el destino que había corrido mi amada pero dulce porque había quedado una puerta abierta a mi esperanza.

Removí cielo y tierra hasta que la encontré, pero lo hice. No hay nada como la esperanza y la ilusión para volverse fuerte como un guerrero. Llegué hasta aquella nueva puerta con una nueva energía bullendo en mi interior, pero ni siquiera llegó a abrirse. Solo una pequeña rendija a media altura me mostró unos ojos severos que me escrutaban con frialdad y, con una respuesta tajante, se cerró delante de mí sin siquiera esperarlo.

Ahora vivo frente a aquella puerta. Salen y entran muchas personas al cabo del día, pero nunca es ella. No importa. Las noches son nuestras. Cuando ya es bien entrada la noche y todo el mundo en el barrio duerme, una pequeña ventana de la planta baja, que da a un oscuro callejón por donde nunca pasa casi nadie, se abre para mí. Y cada noche aparece frente a mí el rostro angelical que tanto recordaba, nuestras manos se unen a través de las rejas y, de vez en cuando, un casto beso en los labios reconforta mis ansias de tenerla entre mis brazos. Una última mirada lo dice todo entre nosotros cada noche cuando ella regresa a la intimidad de su cuarto, mientras vuelve a cubrirse la cabeza con el hábito.

Ana Centellas. Diciembre 2017. Derechos registrados.

https://www.safecreative.org/work/1712135093831-a-traves-de-las-rejas
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Publicado por Ana Centellas

Porque nunca es tarde para perseguir tus sueños y jamás hay que renunciar a ellos. Financiera de profesión, escritora de vocación. Aprendiendo a escribir, aprendiendo a vivir.

4 comentarios sobre “El relato del viernes: Memories – «A través de las rejas»

  1. Tan maravilloso como solo tu sabes hacerlo, con un remate final tan desangelado y dramático, que uno desearía que el protagonista no se hubiera aferrado al idilíco pasado. Un cálido saludo.

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