
Como el tiempo
Paula observaba a través de la ventana de su habitación cómo unas gruesas nubes negras iban cubriendo el cielo, permitiendo solo traspasar a los últimos reductos de luz de un sol que ya había desaparecido tras las bambalinas que ocultaban aquel hermoso telón gris. Eran hermosas, sí, pero dentro de su belleza asomaba implícita una amenaza que parecía cernirse sobre la ciudad. En tan solo unos minutos, el cielo se había encapotado por completo, cubriendo de negro un día que hasta aquel mismo instante pretendía haber sido radiante.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo en el mismo momento en que las nubes cubrían el último resquicio de sol, que desapareció de su vista en apenas un parpadeo. Fue un estremecimiento que transitó a lo largo de su espina dorsal en un viaje ascendente, hasta que llegó a la misma coronilla y descargó un denso nubarrón que parecía decidido firmemente a quedarse allí instalado.
A Paula se le nubló la mente igual que lo había hecho el día, una vez más, sin que pudiese hacer nada por evitarlo. Ni siquiera fue consciente de ello. Solo se dedicó a seguir mirando a través del cristal de su ventana, que comenzaba a enturbiarse con las primeras gotas de lluvia en caer sobre la ciudad. Curioso espectáculo, pensó en su ingenua inocencia, que no recordaba haber presenciado antes. Con los ojos bien abiertos, contemplaba cómo las gotas golpeaban ya con fuerza el ventanal y dirigió una mano temblorosa hacia ellas. Su expresión de asombro hubiese maravillado a cualquiera, a excepción de a Arturo que, en ese momento, entraba en la habitación.
La sonrisa que Arturo portaba al adentrarse en el dormitorio fue sustituida de golpe por una expresión situada a medio camino entre la decepción y la más profunda de las tristezas. Apretó los puños en señal de impotencia, realizó tres respiraciones profundas y se obligó a recomponer su mejor expresión amable. A punto estuvo de decirle algo a Paula, pero algo le detuvo.
El aguacero fue tan intenso como breve y, conforme la última gota de lluvia se deslizaba frente a la atenta mirada de Paula, un rayo de sol se abrió camino entre las nubes y un brillante arcoíris se dibujó en el cielo. En apenas unos segundos, aquellas nubes que tan amenazadoras se habían mostrado unos instantes atrás, comenzaron a disolverse para dar paso de nuevo a una soleada tarde de verano. Y conforme se iban dispersando, la nube que con tanto ahínco se había alojado en la cabeza de Paula hizo una graciosa cabriola y voló.
Arturo respiró tranquilo al reconocer en los ojos de su compañera de vida la misma mirada clara y brillante que la había acompañado desde su juventud. Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de ella al verle y, sin mediar palabra, ambos se fundieron en un reconfortante abrazo que les almidonó el alma y les caldeó el corazón.
Al fin, Arturo se atrevió a romper el silencio que hasta entonces los había acompañado:
—¿Qué tal estás, vida mía?
—Pues ya ves, cariño, como el tiempo. Como el tiempo…
Ana Centellas. Septiembre 2021. Derechos registrados.


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Mil gracias!!
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De nada!!!
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