
En emisión: Radio Patio
Era temprano en la mañana y la señora Aureliana ya había abierto su puesto de frutas y verduras y estaba colocando en la parte frontal los últimos calabacines que le quedaban del pedido del lunes. Se encontraba colocándoles un pequeño cartel con el precio en oferta, deseando poder venderlos aquel mismo día o tendría que tirarlos, cuando llegó Sofía, una de sus clientas más antiguas y que vivía en la misma calle del pequeño mercado. Arrastrando su viejo carro de la compra, se paró frente al puesto de la frutera, se ajustó una media y se abanicó con una mano el acalorado rostro, a pesar de que la temperatura de la mañana aún era fresca. No necesitaba nada, pero todos los días se acercaba para comprar, aunque fuese una lechuga, para escuchar los chismes más frescos del barrio que, a diario, la buena tendera se encargaba de difundir con la misma eficacia y precisión que un periódico vecinal. La conversación entre ellas fue, como siempre, directa al grano.
—¡Buenos días, Sofi! ¿Qué? ¿Tu lechuguita? —preguntó mientras cogía la más lozana, sin darle tiempo a contestar—. ¿Ya sabes lo de Patri, la hija de la Julita?
Sofía no hizo ni el intento de contestar. Ya sabía que su amiga se lo iba a contar directamente, como así fue.
—Pues resulta que vino ayer con un disgusto la mujer. Por lo visto, la niña se les quiere ir con el novio al extranjero, un año dice, para aprender idiomas. Y, claro, ella que esperaba que todavía estuviese en casa unos añitos más, que si se van a quedar solos, que si la va a echar mucho de menos… ¡Ay, qué congoja traía cuando vino!
—¿Al extranjero dices? ¿Y adónde se marcha? —preguntó Sofía, con más curiosidad que interés.
—A un pueblo de esos de Inglaterra, no me acuerdo el nombre que me dijo. Ya sabes que yo con eso del inglés…
A media mañana, Sofía llegaba a su casa cargada con las bolsas de la compra. Después de visitar a la señora Aureliana, había seguido realizando algunas compras y, para finalizar, había pasado un ratito por la peluquería para que le retocasen el moldeado. Su marido, Sebastián, estaba sentado a la mesa de la cocina haciendo crucigramas mientras escuchaba la radio. Sofía dejó las bolsas junto a él, al tiempo que soltaba un sonoro suspiro.
—¿Ya estás de vuelta? Poco has tardado hoy. Eso es que no te han entretenido mucho. ¿No había cotilleos o qué? —preguntó el señor, bajándose las gafas de ver de cerca hasta la punta de la nariz.
—¡Bah! Poca cosa. Solo que, ¿te acuerdas de la Julita? La que vive enfrente del bar de Luis… Pues su hija. Que se marcha a vivir a Londres con su novio. Ya ves, sin estar casados ni nada. Un disgusto que tiene su madre…
Un rato después, justo antes de comer, el señor Sebastián se encontraba con sus amigos en el bar de Luis. Como cada mañana, quedaban para tomarse unos vinos que abriesen el apetito. Acodados en la barra, mientras picaban una tapa de queso, se contaban las novedades ocurridas desde el día anterior.
—¿Sabéis lo de la niña de la Julita? —preguntó Sebastián, tras darle un segundo sorbo al vino.
—¿Quién, la Patri? Qué chica más maja, ¿eh? Y, además de simpática, guapa —contestó José, el más joven del grupo.
—Sí, muy guapa y muy simpática, es verdad. Pues se va a Londres a vivir con su novio.
—¿A Londres? ¿Y para qué? ¿Es que no está a gusto en el barrio? —preguntó Fermín, el tercero de la cuadrilla.
—Vete tú a saber —dijo José—. Pero, vamos, que sin estar casados ni nada… A mí me suena un poco raro. ¿A ver si va a estar embarazada la chiquilla?
—¡Uy! Pues lo mismo es eso. Seguro —replicó Fermín—. Ya sabéis la de habladurías que hay en el barrio. A lo mejor se van para evitarlo.
—¿Habladurías? ¿Qué dices? A ver, aquí comentamos entre amigos lo que ocurre en el barrio, pero porque nos preocupamos por los demás. Pero de ahí a decir que son habladurías… —contestó Sebastián, ligeramente indignado.
Los amigos siguieron charlando mientras se tomaban otro vino y, a las dos en punto, se retiraron cada uno para su casa. Cuando José llegó a la suya, Mari Carmen ya estaba esperándole con la mesa puesta y un plato de sopa humeante. Se dieron un beso, como siempre hacían cuando uno de ellos llegaba a casa, y se dispusieron a comer. Durante la comida, no tenían por costumbre poner la televisión, como hacían otras familias, sino que aprovechaban para charlar antes de que José se marchase de nuevo al trabajo.
—¿Qué tal hoy el día, cariño? —preguntó Mari Carmen antes de meterse una cucharada de sopa en la boca, previo soplido para que se enfriase un poco.
—Bien, bien. Sin nada especial. La mañana se ha pasado en un suspiro y después he estado tomando un vino con la cuadrilla —contestó él.
—¿Y qué se cuentan? —fue una pregunta inocente, pero casi provoca un tsunami.
—Pues hoy nos ha contado Sebastián que la Patri, la hija de la Julita, se ha quedado embarazada y que se va a Londres. Para abortar, imagino.
—¿Qué dices, José? ¿Y para qué iba a querer irse a Londres? Si quiere abortar puede hacerlo aquí.
—¡Ay, yo qué sé, mujer! Las mujeres siempre se han ido a abortar a Londres, ¿no? Esta chica está embarazada y se va allí con el novio, pues blanco y en botella —repuso José, al tiempo que terminaba su plato de sopa y se levantaba para acercar a la mesa una bandeja con filetes empanados.
—¿Pero tú en qué tiempo vives? Anda, anda. Esta tarde veré a Julita en clase de Pilates, le preguntaré a ver.
A media tarde, Julita estaba llegando a su clase de Pilates cuando se encontró con su amiga Mari Carmen en la entrada del polideportivo. Tras saludarse, las dos mujeres se dirigieron al vestuario para cambiarse. Fue allí cuando Mari Carmen se animó a sacar el tema.
—Julita, que ya me he enterado de que tu hija está embarazada. ¿Es verdad eso que dicen que se va a ir a Londres a abortar? Mujer, si ya no hace falta hacer eso. Además, yo la animaría a tenerlo. Si necesitáis ayuda, para eso estamos los vecinos. No te preocupes, mujer.
La cara de Julita era todo un poema tras escuchar las palabras de su amiga. Tanto fue así que fue incapaz de contestarla y, mirando el reloj, tiró de ella agarrándola por el brazo.
—Anda, anda, vamos, que ya empieza la clase. Luego hablamos.
Tras una hora de estiramientos y ejercicios que les dejaron la espalda como nueva, Julita pasó por el vestuario para recoger su mochila, pero salió corriendo a la calle, sin esperar a su amiga.
Una vez en casa, esperó con impaciencia a que su hija llegase. Conforme esta entró por la puerta, la abordó con nerviosismo.
—Patri, hija. ¿Es verdad que estás embarazada? Que no hace falta que te vayas a Londres, que yo te ayudo en lo que necesites, pero no abortes, cariño —le soltó del tirón y con lágrimas asomándose a sus ojos.
Patri, estupefacta, no sabía si ponerse a reír, echarse a llorar o lanzarse a gritar enfadada.
—Pero, ¿qué dices, mamá? ¿Quién te ha dicho eso? Si yo solo me voy a ir un año a Bristol para mejorar el inglés. ¿De qué embarazo hablas?
—Ay, hija, me lo ha dicho Mari Carmen en clase de Pilates, que se lo había dicho su marido, que se lo había contado no sé quién… —habló Julita, nerviosa, frotándose las manos e incapaz de mirar a su hija a los ojos.
—¡Pero mamá! ¿Cuántas veces te he dicho que no escuches nada de lo que digan en Radio Patio? ¡Y encima te lo crees! ¡Contenta me tienes! Anda, mamá, vamos a cenar. Vamos a cenar…
Ana Centellas. Octubre 2021. Derechos registrados.


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Así son las cosas. Y eso que ninguno de los personajes parecían tener whassap o Instagram. Claro que puestos a difundir chismes Radio Patio, aunque más anticuado, es mucho más divertido.
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Pues fíjate que ni se me habían pasado por la cabeza las redes…
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