El relato del viernes: «Enséñame la salida»

Fuente: Pixabay

Enséñame la salida

La función había sido todo un éxito, pero ya casi no quedaba nadie en el patio de butacas. Solo algunos rezagados permanecían en el gallinero, repasando algún detalle del libreto o enfundándose los abrigos para aventurarse hacia el frío de la noche. Como siempre, todo había quedado prácticamente impoluto —el público que solía acudir al teatro era pulcro y bien educado— y aquella zona me daría poco trabajo. Bien diferentes serían el escenario y los camerinos, que siempre quedaban llenos de trastos y una alfombra de suciedad. Pero no importaba, tenía toda la noche por delante y ninguna prisa.

Siempre me había gustado ese momento. Cuando el teatro se vaciaba y quedaba solo yo, con la única compañía del imponente escenario y de todas aquellas butacas ocupadas por los fantasmas de los miles de personas que habían pasado por allí en los últimos cien años. Era un momento mágico que me gustaba aprovechar al máximo. Durante las horas que pasaba allí, en soledad, el teatro y yo éramos solo uno.

Solía sentarme durante unos instantes en uno de los asientos de la primera fila, desde donde creía poder escuchar el eco de las voces que se habían alzado desde el fabuloso proscenio. Una noche, mientras disfrutaba de mi instante de ilusión, me sorprendió cuando apareció, de repente, por una de las entradas laterales de la platea, la figura de una mujer. La observé durante un segundo, lo que tardó en dirigirme una mirada de fastidio, antes de desaparecer por el mismo lugar por el que había llegado. A pesar de que no me sonaba su cara, en el breve lapso de tiempo que me dejó observarla, no le di mayor importancia. Posiblemente sería alguna de las taquilleras que todavía no se habría marchado a casa. Alguna sustitución, tal vez.

Pasé un tiempo recogiendo el escenario. Todo debía quedar listo para el día siguiente y aquella noche había quedado especialmente revuelto. Por suerte, adoro este trabajo y el tiempo que me permite disfrutar de este lugar tan especial para mí. Cuando estaba terminando de recoger los últimos restos de confeti que quedaban dispersos en un rincón, creí ver, por uno de los accesos a la sala, que habitualmente permanecía cerrado, aparecer de nuevo una figura. En esta ocasión, ni tiempo tuve de averiguar de quién se trataba ni de decirle nada porque, según se presentó, desapareció, dejando tras de sí la única estela del suave oscilar de una cortina.

Un buen rato después, me encontraba dando un repaso a uno de los camerinos. Se trataba del que aquella noche había ocupado un actor un tanto peculiar que siempre nos sorprendía con las peticiones más extravagantes. Me encontraba sentado frente al espejo rodeado de brillantes bombillas blancas tomándome una copa del cava rosa que había pedido en aquella ocasión, aunque estuviese ya caliente, mientras mi imaginación volaba hacia un lugar muy distante en el que yo era una estrella. La puerta se abrió con ímpetu, sacándome del trance en que me encontraba y provocándome, por qué no decirlo, una ligera vergüenza. Era la misma mujer de antes, estaba casi seguro. Me levanté de inmediato, pero ella ya había desaparecido de la puerta. Salí a su encuentro, mientras daba voces para que se detuviese. A aquellas horas de la noche ya no debía quedar nadie allí. Sin embargo, cuando salí del camerino, en el pasillo ya no había absolutamente nadie.

Estuve a punto de pensar que estaba comenzando a rozar la locura o, incluso, que un verdadero fantasma habitaba las entrañas del teatro. Y casi estaba por creerlo cuando, rozando el amanecer, en el momento en que me disponía a salir hacia mi casa, escuché un sollozo no muy lejano. En uno de los pasillos, temblorosa y agazapada sobre el suelo, estaba ella. Mi suspiro fue de alivio, no me estaba volviendo loco. El suyo, aún más. Me miró con auténtico pánico y me habló con un tono de verdadera súplica.

—Enséñame la salida, por favor.

Con suma amabilidad, la acompañé hasta la puerta que había cerrado horas antes, cuando di por hecho que ya no quedaba nadie en el teatro. Mientras, pensaba que no era aquel un mal lugar para perderse. Quizá yo mismo lo hiciese algún día.

Ana Centellas. Octubre 2021. Derechos registrados.

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Publicado por Ana Centellas

Porque nunca es tarde para perseguir tus sueños y jamás hay que renunciar a ellos. Financiera de profesión, escritora de vocación. Aprendiendo a escribir, aprendiendo a vivir.

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