
¡Feliz Navidad!
Cuando Andrea terminó de colocar el último adorno navideño, se dejó caer exhausta sobre el sillón. Había pasado toda la tarde decorando su pequeña casa con infinidad de detalles que había ido comprando en los últimos días. Quizá había sido un esfuerzo excesivo, por no hablar del dinero invertido, pero eran sus primeras navidades sola y quería que fuesen muy especiales. Miró a su alrededor y suspiró satisfecha.
Un frondoso abeto ocupaba un lugar privilegiado junto al ventanal, delicadamente decorado en tonos dorados y plateados. Las pequeñas luces emitían sutiles destellos blancos, como si le estuviesen guiñando un ojo en cada parpadeo. En lo más alto, una estrella argentada lo supervisaba todo con orgullo. El mismo que portaban dos renos luminosos que, desde los pies del árbol, vigilaban la estancia. Largas tiras de espumillón decoraban cada mueble y cada cuadro del salón, todas ellas en los mismos tonos que los utilizados en la decoración del árbol, manteniendo una pulcra y delicada armonía visual. Sobre la mesa, un precioso centro elaborado por ella misma con hojas secas y piñas presidía la superficie, y una serie de grandes velas en diferentes alturas, cubiertas con purpurina, completaban el conjunto. La nota de color rojo la aportaban varias poinsetias estratégicamente colocadas en diversos puntos del pequeño salón. Sin duda, había quedado muy hermoso, digno del mejor decorador de interiores.
Del equipo de música se desprendían las suaves notas de tiernas melodías navideñas que inundaban cada rincón del pequeño apartamento. Andrea se dejó mecer por el sonido y pensó que se merecía un descanso. Una infusión le vendría bien, siempre le caldeaba el cuerpo y el alma, así que se dirigió a la cocina y puso el agua a calentar. Mientras esperaba a que la tetera tuviese el agua a punto, revisó en el estante donde guardaba las infusiones. Le apetecía alguna que reconfortase una fría tarde invernal como aquella. Escogió un té de manzana y canela, uno de sus preferidos, y, una vez tuvo el agua a punto, lo endulzó bien y regresó al sillón con la taza caliente entre sus manos.
Acurrucada en el sillón, descalza y envuelta en su suave manta polar, Andrea aspiró el cálido aroma que desprendía la taza que sostenía entre las manos. Contempló su pequeño salón, tan profusamente decorado, y, por primera vez, se sintió sola. Un intenso sentimiento de soledad la arrasó, como una ola que llega a la orilla sin previo aviso, llevándose a su paso todo lo que hubiese por delante. Recordó las palabras de su madre, rogándole para que pasase las navidades junto a ellos, y se preguntó por qué no la habría hecho caso. Por supuesto, siempre negaría haber tenido ese pensamiento, pero en aquel instante, con la única compañía de la melodía del equipo de música, su orgullo se venía abajo por momentos. Su orgullo, sí, porque él había sido el culpable de que la soledad fuese su compañera durante aquellas navidades. Las habituales discusiones en casa y la perspectiva de pasar unas divertidas fiestas con sus compañeros de la facultad, la habían llevado a tomar aquella decisión. Por nada del mundo se atrevería a reconocer ante nadie que como en casa no se estaba en ningún sitio, por muchas tiranteces que tuviese que soportar. Y, aunque salir con los amigos estaba muy bien, se había dado cuenta de que, en los momentos que de verdad importaban, se encontraba sola.
Antes de que la primera lágrima se atreviese a saltar de sus ojos, se obligó a levantarse. Volvió a dirigirse a la cocina y hornear unas galletas. Al poco tiempo, el dulce olor que desprendía el horno la reconfortó un poco. Al día siguiente era nochebuena y podría darse un buen atracón de dulces. Total, un día es un día. Estaba comenzando a sacar arbolitos de navidad, hombrecillos y estrellas del horno cuando sonó el timbre de la puerta. Andrea se extrañó, no esperaba a nadie a aquellas horas y el clima fuera no invitaba a salir a hacer ninguna visita. Se quitó el delantal y fue a abrir, por simple curiosidad más que nada. Lo que se encontró tras la puerta la dejó sin palabras.
—¡Feliz Navidad!
Frente a ella, cargados con bolsas y maletas, sus padres y su hermano pequeño aguardaban con una enorme sonrisa, ataviado cada uno de ellos con un simpático gorro de Papá Noel. Ni si quiera aguardaron a que reaccionase. En apenas unos segundos se habían abalanzado hacia ella, estrujándola en un abrazo que le rozó el alma e hizo que aquellas lágrimas, que poco antes había conseguido detener, brotasen sin límite.
Mientras su familia conversaba, reía y cantaba sentada a su mesa, Andrea los observaba, completamente embargada por la emoción. El precioso centro navideño había quedado relegado a un rincón de la estantería y el luminoso árbol de navidad también había tenido que compartir espacio con el colchón hinchable en el que dormiría su hermano. Fue entonces cuando comprendió que el espíritu navideño no se lograba con adornos y villancicos. La auténtica Navidad residía en la familia.
Ana Centellas. Diciembre 2020. Derechos registrados.

