Los 52 golpes – Golpe #6 – «Mejores amigos»

 

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Imagen: Pixabay

 

MEJORES AMIGOS

Nicolás estaba de lo más aburrido en la fiesta de cumpleaños de su mejor amigo, Julián. Sus caminos se habían separado cuando comenzaron los estudios universitarios y sentía que ya poco tenían en común. Por supuesto que seguían siendo amigos. De hecho, para Nicolás, Julián no solo era su mejor amigo, sino posiblemente el único. Pero ahora que Julián tenía nuevas amistades, se encontraba allí, en aquel enorme piso céntrico de Madrid, rodeado por un montón de gente extraña para él. Llevaba un buen rato buscándole por el espacioso salón, pero no había dado con él.

Salió a fumar a la espaciosa terraza, también repleta de gente, para despejarse del ruido atronador que había en el interior. El frío de la noche no impedía la concentración de personas en la terraza. La mayoría probablemente no sintiese ni el frío debido a la gran cantidad de alcohol y de otras sustancias que habían ingerido. Buscó el rincón más apartado y encendió su pitillo. Apenas llevaba dadas unas caladas cuando una mano se posó en su hombro. Se dio la vuelta y reconoció a Julián en la penumbra provocada por la niebla que comenzaba a hacer acto de presencia.

—Amigo, llevo un rato buscándote. ¿Qué haces aquí solo? ¿No lo estás pasando bien? —le preguntó Julián, con sincera preocupación.

—Bueno, creo que tus nuevas amistades y yo no encajamos demasiado. Y como no te encontraba por ningún lado, me he sentido un poco… raro.

—Nicolás, sabes que tú eres mi mejor amigo. Nos conocemos desde niños, jamás te daría de lado.

—Me gustaría creerte, Julián, pero mírate. Vives en una casa de lujo en pleno centro de Madrid, estás rodeado de personas que llevan tu mismo tren de vida. Lo que hay ahí adentro es un mundo de lujo, diversión y drogas. Yo sobro, Julián.

—Jamás digas eso, ¿vale? —le espetó Julián, casi gritando, lo que sorprendió mucho a Nicolás—. Apenas conozco a esas personas, yo solo comenté lo de la fiesta a un par de compañeros de facultad y ellos se han encargado del resto. Créeme si te digo que me encuentro tan perdido en mi propia casa como tú.

—No sé, Julián, ya casi no hablamos. Antes nos veíamos tanto, éramos inseparables y, de pronto, todo cambió. Tú te viniste al centro, yo me quedé en el barrio. Mírame bien, soy el único invitado de tu fiesta que lleva vaqueros y una camiseta que no sea de marca. Me siento bastante incómodo.

Julián comenzaba ya a tiritar en la terraza. A pesar de la discrepante conversación que estaba teniendo con su amigo, no conseguía entrar en calor. Abrazándose a sí mismo, continuó la conversación con Nicolás:

—Bien sabes que mi vida se dedica a estudiar. Sí es cierto que tengo cierta habilidad para jugar en Bolsa y he logrado reunir cierto capital. Este piso es el único capricho que me he dado, sabes que era mi sueño, vivir en un gran piso del centro.

—Y me alegro mucho de que lo hayas conseguido. De hecho, con total seguridad soy el que más se alegra. Pero tienes que reconocer que nos hemos distanciado bastante. Apenas sé nada de tu vida.

Nicolás seguía con la misma disertación y Julián cada vez tenía más frío. Tenía sus propias razones para tomar distancia con Nicolás, pero nunca se había atrevido a contárselas. Como veía que con palabras no iba a poder convencer a su amigo de que su relación no había cambiado tanto, pasó a la acción. Se acercó sin ningún disimulo y, pillándole por completo desprevenido, le agarró por la nuca y le dio un apasionado beso.

—Pero, ¿qué has hecho? —preguntó alterado Nicolás. Había palidecido por completo, como si de repente comenzase a sentir el frío de la noche.

—Lo que tenía que haber hecho hace mucho tiempo. Y de paso, demostrarte lo que significas para mí. ¿Crees que nos hemos distanciado? Sí, y ha sido por mi culpa, porque comencé a sentir algo por ti que nunca me atreví a contarte y, por no dañar nuestra amistad, decidí mantener algo de espacio para ver si estos sentimientos cambiaban. Es evidente que no lo han hecho.

Nicolás estaba perplejo. Encendió otro cigarrillo después de tirar la colilla del anterior desde la azotea del edificio. Julián, su mejor amigo, su único amigo desde la niñez, aquel con quien siempre se peleaba por las niñas de clase, le acababa de dar un beso. A él, el ejemplo perfecto de heterosexualidad, que andaba siempre detrás de todo lo que tuviese falda. De hecho, dentro de su aburrimiento, había conseguido echar el ojo a un par de chicas de la fiesta y en el fondo esperaba que aquella noche no acabase tan aburrida como había empezado.

Pero ahora todo había cambiado de un momento para otro. Su amigo le acababa de besar, y la cuestión es que le había gustado. Un gran dilema se desataba en su interior, pero el desenlace parecía de lo más evidente. Jamás lo hubiese imaginado, ¡pero si hasta había tenido una erección, joder!

Julián, que había perdido todo el frío por el acaloramiento producido, en parte por el beso, en parte por la inquietud que le suponía la situación, esperaba impaciente. Acababa de jugarse todas sus cartas, era un todo o nada, podía acabar con su amistad o todo lo contrario.

Los ojos de Nicolás y Julián se encontraron en la oscuridad de la noche. La mirada de Nicolás era tensa; la de Julián, expectante. Entonces ocurrió lo impensable para Julián. Nicolás, sin mediar palabra, comenzó a besarle. Profundizaron en aquel beso hasta lo imposible, mientras la tensión y el deseo aumentaban entre ambos y calentaban la fría noche. Las manos inquietas comenzaban a querer explorar, a reconocer el cuerpo del otro. Tímidas al principio, ansiosas después.

Julián terminó el beso y tomó a Nicolás de la mano. Este se dejó llevar, cegado por completo por una nueva emoción hasta entonces desconocida para él. Su amigo le guió hasta su dormitorio, donde se olvidaron de la fiesta.

Nadie se dio cuenta de que el anfitrión había desaparecido. Los invitados fueron abandonando la vivienda a intervalos durante la madrugada.

Por la mañana, dos manos entrelazadas sobre la mesa, compartían el primer café de una nueva vida.

Ana Centellas. Febrero 2017. Derechos registrados.

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Publicado por Ana Centellas

Porque nunca es tarde para perseguir tus sueños y jamás hay que renunciar a ellos. Financiera de profesión, escritora de vocación. Aprendiendo a escribir, aprendiendo a vivir.

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