El relato del viernes: «El aroma de lavanda»

EL AROMA DE LAVANDA

EL AROMA DE LAVANDA

Un relajante aroma a lavanda se extiende por toda la habitación, haciéndome cerrar los ojos por puro instinto. Dejo que el delicado perfume del aceite esencial me inunde, se extienda por todo mi cuerpo en cada respiración. Siento cómo, poco a poco, cada uno de mis músculos se va relajando, con suavidad, casi con miedo. Va cediendo la tensión que siempre llevan a cuestas mis hombros, dejo los brazos caer inertes a mi costado, siento cómo las piernas se aligeran por momentos.

Una melodía suave, narcótica, comienza a vibrar en el ambiente. Es exactamente el toque que necesitaba para liberar a mi cuerpo y mi mente de todas las tensiones. Me concentro en el embriagador aroma, en las notas armónicas que parecen llegar de todos los lugares a un tiempo, en la frescura de la sábana bajo mi cuerpo desnudo, en la suavidad de la toalla que aún me cubre por la espalda.

Una ligera corriente de aire me recorre cuando la toalla es retirada con sumo cuidado y un escalofrío se extiende por todo mi cuerpo. Me dejo llevar por la agradable sensación, sumida en un estado de abandono total. Giro hacia un lado la cabeza, para liberar también las tensiones acumuladas en las cervicales, y un rizo rebelde cae, para quedar alojado sobre mi nariz. Mi cuerpo, entero, está preparado para el disfrute. La sola expectativa hace que mi corazón, en lugar de pausarse, lata a un ritmo demasiado frenético para la pesada calma que ha comenzado a condensarse en el lugar.

Unas manos grandes y fuertes se posan de pronto sobre mis hombros, lo que provoca un respingo involuntario de todos mis músculos. Esas manos calientes comienzan a acariciar con fuerza, deslizándose sobre mí con la facilidad que les proporciona el aceite de lavanda, que llega hasta mí ahora de una forma mucho más intensa. Me vuelvo a relajar y me dejo hacer, sumisa, vulnerable.

El momento de relax termina para mí en un breve periodo de tiempo, lo que tardan las manos en deslizarse por mi espalda y acariciar mis costados, rozando con sus expertos dedos el contorno de mis pechos ya endurecidos. Siento una especie de vacío cuando son abandonados para continuar más allá, en la parte baja de mi espalda.

Me acomodo en apenas un segundo para dejar un pequeño espacio de separación entre mis piernas, que ya no sé si sabrán volver a caminar. Siento cómo las fuertes manos las recorren y tonifican, mientras continúan un sendero ascendente que comenzó en las puntas de los dedos de mis pies. Mi cuerpo reacciona de manera involuntaria y pequeños suspiros de placer se escapan por mi boca entreabierta mientras continúo dejándome llevar.

El recorrido de aquellas manos es como una tortura para mí. Masajean con fuerza la cara interior de mis muslos y llegan, por descuido, a ejercer un suave roce sobre mi sexo que, hace ya varios minutos, permanece expectante rociado por completo con una intensa humedad. Pero las manos se retiran, suben a los glúteos, y mis suspiros aumentan en intensidad, como si fueran un reclamo de mis deseos. Siento que la más mínima invasión sería capaz de llevarme de inmediato al más violento de los orgasmos.

Pero las manos se retiran, comienzan a ascender de nuevo por la espalda y tengo que contener un nuevo suspiro, casi gemido, de necesidad y urgencia.

Siento de pronto la suavidad de la toalla recorrerme entera, arrastrando a su paso el exceso de aceite sobre mi piel y dejándola impregnada de un aroma intenso que ya no evoca solo a la lavanda. Mi suspiro ahora es casi ya un quejido.

—Hemos terminado, señora. Espero que el masaje haya sido de su agrado —escucho decir, en la lejanía, a una bonita voz varonil.

¿De mi agrado? Uffff, si tú supieras…

Ana Centellas. Mayo 2018. Derechos registrados.

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Creado a partir de la obra en
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*Imagen: Pixabay.com (editada)

Publicado por Ana Centellas

Porque nunca es tarde para perseguir tus sueños y jamás hay que renunciar a ellos. Financiera de profesión, escritora de vocación. Aprendiendo a escribir, aprendiendo a vivir.

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