
Una mirada desde el cielo
Gruesas nubes negras cubrían desde hacía meses un cielo que en algún momento habría lucido un glorioso color azul. Ni el más mínimo rayo de luz solar era capaz de traspasar aquella recia cubierta nebulosa y las últimas plantas que quedaban sobre la tierra comenzaban a mostrar un violento tono grisáceo que dejaba clara su falta de salubridad. Los bebés nacidos en los últimos tiempos ni siquiera conocían la tibieza de un rayo de sol al incidir sobre su piel. Solo habían conocido la sombría penumbra del castigo.
Durante unos instantes se pudo contemplar un pequeño resquicio en el celaje que devolvió momentáneamente a la tierra una mínima parte de su antiguo encanto. Una pequeña flor, desde el suelo, trató de sonreír, mientras una mirada severa y escrutadora se dejaba entrever por entre los grises, enmarcada por un ceño fruncido que dejaba bien patente la irritación de su portador. Solo unos minutos fueron más que suficientes para que aquella mirada sondeara los avances que allí abajo se habían producido desde que, tiempo atrás, se hubiesen tenido que tomar drásticas medidas disciplinarias. Lo que apareció ante ella no pareció complacerla lo más mínimo.
Echó un vistazo a los grandes bosques y selvas con los que, con tanto esfuerzo, había sido provista la humanidad para que tuviese un futuro próspero y saludable. Aquellos pequeños ingratos que habitaban allí abajo continuaban expoliando aquellos verdes pulmones sin ningún sentimiento de culpa, ajenos a su verdadero y cruel destino de continuar actuando de aquella manera. Hectáreas de terreno exuberante y vigoroso eran saqueadas sin piedad alguna para construir aquellos monstruos de ladrillos y hormigón que para ellos eran sinónimo de progreso. Parecía que aquellas bestias solo respondían ante intereses económicos y el dinero, aquel instrumento que se les había facilitado para simplificar el comercio, se había convertido en su mayor y verdadero enemigo.
La mirada que caía desde el cielo pestañeó un par de veces y se dirigió hacia las grandes ciudades que habían comenzado a proliferar por todo el planeta. Millones de vehículos circulaban a gran velocidad por las antiestéticas pistas de asfalto con las que habían cubierto gran parte de la superficie, emitiendo unos gases que incluso llegaban a enturbiar la capa de las alturas en la que se encontraba ella. Una tos ronca hizo que la mirada se desviase hacia las tóxicas fábricas que continuaban emitiendo amplias bocanadas de un humo coloreado con tintes mortecinos. La mirada tuvo que volver a pestañear para alejar aquella malévola visión de su horizonte.
Cuando volvió a abrir los ojos, el panorama que divisó no era más alentador que los anteriores. Toneladas de basura se amontonaban sin escrúpulos por doquier y la gente parecía seguir ensuciando el entorno sin mostrar ningún signo de compasión. Parecía que, después de tanta belleza con la que habían sido obsequiados, no les quedase ningún rastro de pulcritud y disfrutasen viviendo en semejante albañal. Lo mismo ocurría con los océanos, convertidos en vertederos subterfugios que estaban acabando con la vida de la rica flora y fauna marina que había tenido la desgracia de compartir hábitat con aquella especie infiel.
Aquella mirada cerró los párpados con afligida parsimonia, al tiempo que una lágrima furtiva se dejaba caer con pereza. Los humanos no habían aprendido la lección, habían escogido su destino. La fisura recién abierta se cerró de nuevo y las nubes volvieron a cubrir por completo el cielo. Comenzó a llover sobre la tierra.
Ana Centellas. Noviembre 2019. Derechos registrados.

*Imagen: Morguefile.com (editada)

Ana, belleza en tu relato para contar la realidad de la deshumanización. Con tu permiso reblogueo en https://miscabos.wordpress.com. Gracias. Abrazote, cuídate.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Por supuesto, todo tuyo. Gracias, Marta. Besazos 💖
Me gustaLe gusta a 1 persona
Reblogueó esto en miscabossueltos.
Me gustaLe gusta a 1 persona