El relato del viernes: «Viaje astral»

Fuente: Pixabay

Viaje astral

Cabalgaba a lomos de una estrella, agarrándose con fuerza a una de sus puntas para no caerse. Su tacto era tan suave que el solo roce con su superficie había sido suficiente para reconfortar su corazón. Su brillo eran tan intenso que apenas lograba apreciar la luminosidad de las demás estrellas que encontraban a su paso, lo que hacía sumirse a su alrededor en una profunda oscuridad. Sin embargo, aquella opacidad no le infundía ningún temor. Al contrario, parecía arroparla como un cálido manto, como un tierno abrazo que la acunara con la suave intención de llevarla a un descansado y placentero sueño.

La velocidad a la que la estrella surcaba el firmamento aumentó hasta límites insospechados. A pesar de que no había aire, una brisa fresca le alborotaba el pelo y le azotaba con suavidad en la cara. Se sintió mejor de lo que recordaba haberse sentido nunca. Conforme ganaban velocidad, comenzó a apreciar pequeños destellos a ambos lados de su camino. Eran como pequeñas pantallas de televisión que iban encendiéndose a su paso, para apagarse después con la misma velocidad con la que se habían encendido una vez habían traspasado su altura. En cada agujero de luz, imágenes de su vida se iban presentando ante sus ojos. Por un instante, sintió cómo el temor circulaba por sus venas como un torrente de fuego. Si estaba viendo la película de su vida, era muy probable que hubiese fallecido. Sin embargo, a medida que avanzaban por el universo y veían más imágenes, se dio cuenta de que no era exactamente su vida lo que estaba contemplando, sino solo los buenos momentos. Y todos tenían un punto en común.

Se trataba de un pequeño detalle que, hasta aquel momento, no había sabido apreciar. En todas aquellas imágenes que tan buenos recuerdos le traían, de aquellos instantes mágicos de su vida que hubiese querido poder revivir una y otra vez, siempre había una persona a su lado. Una persona con la que había vivido no solo los momentos más felices de su vida, sino también los más reconfortantes y amables, aquellos en los que siempre se había sentido protegida, cuidada, importante e invencible. Una persona que hacía años que no tenía a su lado, a pesar de seguir muy viva en su corazón, que había dejado en su alma una huella indeleble: su madre.

Desde que se dio cuenta de aquel detalle, se dedicó a disfrutar con plenitud del espectáculo. Era fascinante poder revivir de nuevo todas aquellas situaciones que habían marcado su vida de aquella manera. Se vio en brazos de su madre de nuevo, soplando la única vela de su primera tarta de cumpleaños y llorando desconsolada en su regazo con su primer desamor. Revivió el momento en el que aprendió a montar en bicicleta, ahogó las lágrimas del día que se rompió una pierna en el colegio y volvió a caminar hacia el altar bajo su emocionada mirada. Apoyó la cabeza sobre el pico más cómodo de su estrella viajera y suspiró. Meciéndose en su acogedor regazo, por primera vez en años, se sintió en paz.

Al notar cómo la estrella iba perdiendo velocidad, levantó la cabeza, expectante. Juntas, se introdujeron en una especie de túnel de colores que desembocaba en un espacio luminoso. Una gran luz blanca las esperaba al final y, a contraluz, podía distinguirse una silueta que, desde la distancia, lo único que transmitía era serenidad y una intensa armonía. A medida que se acercaban, su rostro empezó a hacerse visible. Una presencia en calma que, con una tierna sonrisa, aguardaba su llegada.

Se bajó de la estrella despacio, como queriendo alargar todo lo posible aquel momento, aquel reencuentro. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, erizándole todo el vello y haciendo que las lágrimas asomasen a sus ojos. La figura abrió sus brazos y la acogió, de nuevo, en su regazo, como siempre había hecho, como nunca olvidó. El abrazo fue tan intenso que pequeñas chispas de luz surgieron de las entrañas de las dos mujeres, madre e hija, un vínculo indestructible. Cerró los ojos para dedicarse a sentir, solo eso. El corazón se henchía en su pecho y, por un instante, se sintió en plenitud.

Cuando quiso, con temor, abrir los ojos, se vio en su cama, abrazada con fuerza a la almohada. No había estrellas, ni firmamento, ni nadie de quien respirar. Una lágrima saltó al vacío y cayó, solitaria, mojando el colchón.

Ana Centellas. Enero 2021. Derechos registrados.

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Publicado por Ana Centellas

Porque nunca es tarde para perseguir tus sueños y jamás hay que renunciar a ellos. Financiera de profesión, escritora de vocación. Aprendiendo a escribir, aprendiendo a vivir.

11 comentarios sobre “El relato del viernes: «Viaje astral»

  1. Al empezar la lectura pensé que era su último sueño y estaba pasando lista a los momentos importantes de su vida. Tu final también vale para, con la lección aprendida del sueño, valorar esas pequeñas cosas con la importancia real que tienen. Saludos 🖐🏻

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