Cuando pienso en las personas, me gusta pensar en una amplia gama cromática que nos define a cada uno, nos individualiza en nuestra personalidad. Al igual que la naturaleza nos ofrece un amplio espectro de colores en ella, incluso en una parte tan ínfima de la misma como puede ser una piedra, tal es la personalidad de los individuos que la conforman.
Me gusta imaginar y, en mi imaginación, comienza mi desvarío. Guardo en una caja cientos de piedras de diferentes colores que he ido recogiendo a lo largo de los años en un afán de coleccionista curioso. De vez en cuando me gusta abrir la caja, sacar de ella todas las piedras y observar su color para, después, con los ojos cerrados, intentar dilucidar qué sensación me transmite cada una de ellas. Una a una, las tomo entre mis manos, las acaricio, me entrego a vivir la experiencia sensitiva que cada una de ellas me proporciona, mientras repaso con mis dedos su rugoso contorno o su suave textura.
Mi pequeña habitación se convierte entonces en una especie de laboratorio, un centro de ensayos, donde llevo a cabo un estudio empírico que jamás llegará a ver la luz, pero en el que cada observación quedará anotada en mi viejo cuaderno de tapas azules que alguna vez recuperé de uno de mis cajones.
Las piedras de color rojizo, por ejemplo, me transmiten una sensación de calidez, de vitalidad y de fuerza. Las asocio a las personas pasionales, impulsivas y que disfrutan de la vida. Las de color azul me transmiten un sentimiento de frialdad, pero a la vez de serenidad, es algo extraño y un poco ambiguo. En mi cuaderno están asociadas a personas que no pierden la calma bajo ningún concepto; tanto que, en ocasiones, se las podría considerar como faltas de sentimientos. Los tonos anaranjados y ocres lo que me transmiten es alegría, cariño y cuidados. Los identifico con personas cariñosas, que siempre muestran una sonrisa y que proporcionan calidez con sus fuertes abrazos. Así con toda la gama de colores.
Por supuesto, dentro de cada gama cromática existen múltiples tonalidades que definen en mayor medida un aspecto u otro de la personalidad de un individuo. De igual manera, la sensación que me transmita cada una de ellas al tacto también es determinante para asociar diferentes aspectos personales. Para mí, ese pequeño cuaderno de tapas desgastadas y hojas henchidas es un pequeño tesoro personal. Estoy seguro de que si lo mostrase al mundo me tacharían de loco, pero yo estoy convencido de que mis conclusiones no son del todo erróneas.
En mi imaginación, al igual que en las páginas de mi cuaderno, cada pareja estaría formada por dos personalidades de la misma gama cromática. Las personas que nos producen rechazo serían aquellas cuya personalidad estuviese más opuesta a la nuestra dentro de ese abanico de color. El éxito o fracaso de cada persona vendría determinado por el color con el que fuese definiendo su personalidad a lo largo de su vida.
Cuando nacemos, todos seríamos como las piedras blancas, limpias y puras, sin resquicios ni aristas. Según vamos creciendo, iríamos tomando la coloración que creamos más acorde con nosotros.
Por si acaso, guardo mi viejo cuaderno en un cajón bajo llave, no sea que este viejo loco se atreva algún día a exponer a la ciencia sus teorías y sea nombrado Premio Nobel.
Ana Centellas. Marzo 2018. Derechos registrados.
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Creado a partir de la obra en http://los52golpes.com.
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*Imagen: Pixabay.com (editada)
Aquí tenéis mi décima participación en Los 52 golpes durante el año 2018. Pasaos por la página, donde podréis encontrar a la estupenda clase de 2018 y a los locos que, como yo, continúan dando golpes semana tras semana. Ya podéis leer mis golpes 11, 12 y 13. ¡Calentito el número 14!
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